EL «COMPLEJO DE LA DERECHA», O EL ARTE DEL DISIMULO DE UN OSCURO DESEO DE MATAR AL PADRE (2017)

El Presidente del Gobierno de España y actuaL Jefe del Partido en el poder central Mariano Rajoy es por sí solo un compendio de los rasgos bipolares de la «derecha española» reproducidos a escala por sus analistas mediáticos sin que ellos mismos se den cuenta. ¿Dónde queda “su acción de gobierno”, después ya de seis años en la Presidencia del Gobierno? ¿Se le conoce alguna? Alguien como Rajoy sólo es posible en las condiciones de un Régimen político de una naturaleza muy particular en el que no existe «la Política», ni «el Gobierno», ni siquiera la mera «Administración».

Pero esto no se dice: son palabras mayores. Nadie podía esperar nada de un oscuro funcionario del escalafón de un Partido formado por cuadros de funcionarios de Partido y de la Administración. Sólo bajo estas condiciones políticas indescriptibles se puede esperar que los funcionarios de Partido o de la Adminstración, y más propiamente, de ambas instancias a la vez, perfección exquisita de la derecha sociológica, lleguen alguna vez como por azar a «hacer política». No han podido aprender lo que nadie les ha enseñado y porque esa cosa tan extravagante no se hace desde tiempo casi inmemorial.

Rajoy, como Suárez, que es el padre y modelo de esta subrepticia forma de ejercer el cargo público para el que uno no tiene ninguna capacidad ni competencia, practica tan sólo la metodología institucionalizada desde 1976: el Estado como objeto de un despojo, de un «reparto» entre camarillas de burócratas que vegetan en los cargos que se van pasando de mano como en una partida de dominó. El Jefe del Poder ejecutivo, que no puede fundar su legitimidad democrática en la elección directa sino como Jefe de un Partido, sólo puede asegurar su posición mediante el ejercicio del cargo en cuanto éste le proporciona la disposición de repartir todo tipo de privilegios y prebendas.

En España no se ha gobernado realmente ni, por supuesto se ha hecho política durantes estas últimas cuatro décadas. En España, el poder instituido como poder ejecutivo sólo tolera una práctica concreta, que en Rajoy se encarna tal vez mejor que en ningún otro. No tomar absolutamente ninguna decisión, no tocar nada, no mover nada no son carencias personales sino dispositivos institucionales de Desgobierno: su única finalidad es protegerse, impedir el control de otros poderes, perfeccionar los circuitos del reparto.

Estos individuos que, gracias al cargo, disponen de enormes recursos públicos, se limitan a ir dando a cada uno lo que le pide, hasta que finalmente se quedan sin nada que entregar a cambio de que lo mantengan otros en su cargo simulando una obediencia que no se funda en ningún respeto, virtud reconocida ni carisma (los beneficiarios del reparto son los que se conciertan contra ellos cuando tienen la fuerza suficiente para acabar mal que bien con estos tipos cuya única pasión es la figurar como cargo público: de ahí la generalizada mímesis de cargo que en España produce todo «lo público»).

La naturaleza auténtica del Régimen del 78 exige personalidades como las de Rajoy. El juicio público sobre estos personajes distrae del funcionamiento institucional que los requiere como condición suya y los conserva en el cargo. Rajoy es el paradigma final de algo difícil de describir si no es como carencia fundacional del Régimen del 78: al no estar representada realmente la Nación, su posibilidad real de disolución ya no se les escapa ni a los que han apoyado una situación corrupta en lo moral y en lo ideológico. Y el poder ejecutivo es impotente porque no está configurado para enfrentar legítimamente ningún problema de cierta envergadura, al no ser un poder de origen democrático.

Pedro J. Ramírez escribía ya en su artículo «La gran crisis del 17», publicado el 1 de enero de 2017, a propósito de la inconsistencia interna del Régimen para enfrentar el movimientro secesionista catalán:

«Si todo transcurre según estas previsiones, ¿dónde encontrará el Estado de derecho la suficiente autoridad moral y capacidad de movilización para implementar las ineludibles medidas coercitivas que impidan celebrar el referéndum catalán en el otoño? Desde luego no en unos partidos incapaces de mencionar tan siquiera como hipótesis la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Desde luego no en un Jefe del Estado incapaz tan siquiera de pronunciar la palabra Cataluña en su mensaje navideño, tan impecablemente insípido. Más vale no pensar en las reacciones en cadena que en un país con tantos aventureros en la cima y tantas desigualdades e injusticias en la base podría tener la quiebra del principio de legalidad en una de sus partes. Eso es lo que se busca con el pretendido “choque de legitimidades”

Si hasta alguien de la hipocresía tartufesca y el oportunismo de Pedro J. Ramírez percibe ya que «algo no marcha», es que efectivamente todo se halla en sazón. Yo enfrento su posición, ahora iluminada por el carácter de un Régimen que él conoce seguramente como nadie, pues ha pretendido ser nada menos que «consejero del príncipe», con la de aquellos que van más allá y consideran que ya es tarde para «reformismos». Tomo a Pedro J. Ramírez, entre otros, como un indicio de lo que articula o atraviesa confusamente las mentes de los Oligarcas, porque este personaje siempre me ha parecido una especie de «termómetro» en el que puede leerse el pensamiento orgánico más ilustrado del resto de la clase dirigente.

Hay que saber leer además las posiciones ideológicas incoherentes, volátiles y movedizas de los estratos con alguna conciencia política de las clases medias altas, uno de los más sólidos bastiones del apoyo activo al actual Régimen, pues de ellas se extraen los profesionales de la política, de la opinión pública y de las actividades de las antiguas «artes liberales» a que se dedica ese sector de la derecha sociológica, el único cuyo giro ideológico masivo contra el Régimen del 78 puede cambiar algo.

Me parece que todos sabemos por la experiencia común de cada uno, sin necesidad de haberse empapado de teoría y estadística, que sólo las prácticas gubernativas y las intenciones legislativas hechas realidad por la izquierda española son aún más estúpidas, corruptas y vergonzosas para esta Nación que las que pone en juego la derecha política oficial.

No veo cómo es posible justificar el apoyo al partido de esa derecha oficial ni a ninguno otro que se le asemeje, como es el caso de la versión naranja de la misma indigencia intelectual: Ciudadanos. Hay quien cree que determinados intereses, creencias y valores necesitan una especie de contramuro de contención, de mampara, o algo así como una fortaleza o ciudadela que nos proteja de los «bárbaros». Es legítimo pensar así, pues ese ha sido el siempre torpe pensamiento motriz de todas las derechas políticas y sociológicas desde finales el XVIII al día de hoy, desde que Edmund Burke escribiera con mucha mayor finura de percepción las «Reflexiones sobre la revolución francesa». Ahora bien, hay posibilidad siempre abierta de concebir otra derecha, una derecha que ya no tenga miedo a la libertad política de los demás y que no se mueva con el miedo a perder algo que de todas maneras, sea lo que sea, ya está perdido.

La mentalidad de derechas, y más por la experiencia española de estos últimos 80 años, debería haber aprendido que la conservación de lo existente sólo es posible si uno es capaz de arriesgar algo, y algo muy valioso sin miedos inventados para que esa conservación se convierta además en algo regresivo. La política realizada del PP traduce no una timidez o cobardía o algún extraño «complejo» sino una incapacidad de asumir riesgos, porque las fuerzas que controlan el Régimen español son todas ellas fuerzas de inercia, inmovilistas, mucho más inmovilistas incluso que las que sostuvieron el franquismo terminal, salvo en lo que atañe a sus intereses inmediatos de conservación de privilegios injustificables.

El miedo a la democracia formal es el miedo a perder esos privilegios, los que dejó en herencia el franquismo y los que las fuerzas que asumieron su herencia se han encargado de incrementar y volver invulnerables a través de los partidos, la Constitución y el Estado Autonómico, que al ligar su destino al Estado del Bienestar ha comprometido ya definitivamente toda posible evolución reformista. Nada de esto, pase lo que pase en las esferas económicas, que tendemos a impersonalizar por miedo a ver el dinamismo de la sociedad civil española frente a la inmovilidad de los gobiernos, es ya tolerable por más tiempo.

Federico Jiménez Losantos, otro de los santones mediáticos de estrella declinante de esta derecha sociológica, suele afirmar dos cosas que tienen más calado de lo que él mismo y sus lectores y oyentes imaginan.

Los dos procesos en curso (demolición institucional del Estado y ausencia de discursos de legitimación del poder político) son exactamente los mismos que Pío Moa ha descrito como la dos grandes causas de la «trasformación del franquismo» en los primeros años de la década de 1970. Apunto que este análisis es el mismo que hoy empieza a ponerse en juego desde las instancias más conscientes.

Hay en esbozo otra transición «de la Ley a la Ley», que por ahora nadie se atreve a plantear desde dentro del propio Régimen del 78, a diferencia de la relativa osadía que tuvieron aquellos otros Oligarcas, sabedores de la pérdida de legitimación social e ideológica del Régimen franquista. Aquéllos tenían «la fórmula política», en el sentido de Gaetano Mosca, para anticiparse a la pérdida de su «referencia suprema» (el poder dictatorial concentrado en una sola persona) con la improvisada partidocracia como medio de salvación y continuidad en el Poder; los de ahora, mucho más incultos, más aturdidamente leguleyos, realmente unos zoquetes sin parangón posible, ni siquiera se aperciben de lo que les espera.

Federico Jiménez Losantos, Libertad Digital, «2017 puede hacer bueno a 2016»:

«Pero lo que se anuncia en el horizonte nacional es una continuidad en la lenta demolición de las instituciones básicas del Estado, tarea en la que molicie y diligencia se unen milagrosamente bajo un nombre: Rajoy. Nadie más dispuesto a hacer menos. Nadie menos dispuesto a hacer más. Pero ese escombro ideológico va a seguir siendo, salvo que algún cometa lo lleve a sestear a Marte, el rascacielos político de una España huérfana de ideas políticas y ayuna de valores, la cabeza hueca de un Gobierno que se sostiene en la incompetencia de sus adversarios y en el pánico que suscitan sus enemigos. Habrá referéndum catalán. O no. Habrá masacre fiscal. O sí.»

Como si Rajoy no encarnase o personalizase nada más y nada menos que la totalidad de los «tics» de un Régimen político bloqueado, incapaz de evolución ni de «regeneración», el mito ya agotado antes de ser revendido en la trastienda a las masas espectadoras cuyo horizonte político vivido acaba en los telediarios y comienza en la gacetilla cortesana.

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