LA LIBERTAD POLÍTICA COLECTIVA, ¿UN PROBLEMA PERSONAL? HACIA LA SUBJETIVIZACIÓN DE LO POLÍTICO (2018)

Ya es bastante que nos dejen dar cabezazos contra la pared como niños enrabietados y nos estimulen incluso a cometer “actos subversivos” en forma de vistosas pataletas a cuenta de alguna subvención pública, que por supuesto desembocan en la habitual carnicería electoral, previa advertencia de la inutilidad del voto cautivo y desarmado, él mismo la expresión absoluta de la corrupción subjetiva de cada uno, que es por donde comienza la Dominación y la pescadilla del poder se muerde la cola.

Todo el mundo se pregunta “¿qué podemos hacer para cambiar?”, pero nadie se da cuenta de que primero debe cambiar él mismo su modo de sentir, pensar y conducirse ante lo público, dejando de hacer la pregunta estúpida y tomando partido. Se toma partido en la abstención sistemática y negando todo consentimiento pasivo o activo a este Régimen.

Da igual quién gobierne o legisle, porque todo es el mismo chalaneo de bazar turco. Da igual la correlación de fuerzas pues únicamente el Estado de Partidos gana. Da igual todo discurso público, es la misma mentira cotidiana endulzada por unos medios de comunicación aún más estúpidos que la clase política; dan igual las instituciones, ninguna merece conservarse y todas padecen la misma aluminosis avanzada.

Y las personalidades públicas, esa masa amorfa de locuaces individuos irritantes que balbucean argumentarios sin sentido, no valen mucho más que el resto del decorado. Sólo una draconiana Ley de Inhabilitación General para cargo público les haría justicia, tanta es su incapacidad e idiocia profunda.

Personalmente, ya sólo me interesa ver el futuro no escrito, porque del escrito ya se encargan otros muy bien pagados. Nadie piensa que «esto» que está viviendo en el plano político colectivo es la verdad histórica de su vida real. No subjetivizamos la experiencia de la ausencia de libertad política, razón por la cual no podemos experimentarla como anhelo y necesidad. Ninguna elección ni configuración de fuerzas políticas puede resolver esta impotencia porque nunca ha llegado a ser un hecho consciente.

Produce cansancio y mal humor advertir que todo cuanto se diga es inútil porque faltan los hombres y las ideas, los actos y las palabras, la voluntad y el coraje, y en su lugar sólo escuchamos el fatigoso discurso de Polonio, consejero de la oportunidad y de la adulación a todo Poder por el hecho de serlo.

Para los españoles de cierta fibra y coherencia ya es tarde para todo, salvo quizás para el exilio. Es una cuestión existencial: vivir en la mentira puede llegar a ser insoportable, en lo privado y en lo público. No hay suficientes reservas de impostura y cinismo para aguantarlo.

Hay que observar que el Régimen del 78 se está desprestigiando a diario él solo sin que nadie lo ayude. Es el mayor ironista de sí mismo y lo sorprendente de esto es que casi nadie se dé cuenta y crea vivir una realidad política plenamente tal. Es como si, hastiado de su monólogo de corrupción consigo mismo, el Régimen del 78 empezara a confesar todo lo que se había callado durante tanto tiempo. Se cae a pedazos como el harapo con que nos han disfrazado de bufones electorales para hacer creíble la vida cortesana de aduladores a la que han intentado reducirnos con tanto éxito aparente.

Lo que es seguro, al menos a partir de la experiencia histórica, es que los criterios políticos, pragmáticos o idealistas, -y a veces ambos fundidos de manera inextricable, como es propio de la moderna constitución psicosocial del hombre civilizado-, y en maneras inverosímiles para el sentido común, no tienen nada que ver con los criterios económicos.

Ambos sólo se reconcilian cuando el mismo grupo ocupa el poder sin fisuras y producen el efecto de superficie que se llama “estabilidad”, algo que ocurría en España hasta la crisis terminal del periodo 2008-2013, gracias a la identidad de intereses de los dirigentes de los partidos estatales y la clase poseedora de los patrimonios mejor posicionados en la capitalización bursátil internacional.

Ese vínculo, hecho del que nadie habla, pero que es la clave de todos los procesos de fondo actuales, se ha roto.

Y al romperse ha puesto el entramado de relaciones “sinérgicas” entre Estado de Partidos y Sociedades Corporativas patas arriba, hasta el punto de que todo el proceso secesionista cabe interpretarlo como efecto de este tipo de resquebrajamiento interno a las “solidaridades” orgánicas dentro de este bloque de poder constituido desde finales de los años 70, con diferentes articulaciones y hegemonías de sectores faccionales partidistas y accionariales, que son las que han dado lugar a los cambios consensuales de gobierno bajo la apariencia de “elecciones libres”.

Lo que afirmo es que esa ruptura parcial interna del bloque oligárquico político-empresarial, más la necesidad de presentar una oferta renovada de cara a la galería para hacerla un poco creíble, prefigura condiciones que podrían ser perfectamente aprovechadas si y sólo si hubiera una oposición política organizada capaz de disponer de masas (apenas un par de millones de buenos elementos dispuestos al choque frontal cueste lo que cueste).

El control que los actuales poderes político, económico y mediático ejercen sobre la población es mucho más superficial de lo que nadie imagina, hasta el extremo de que vamos a ser testigos de cosas inverosímiles y “fuera de control” muy pronto.

El Régimen del 78, pese a las apariencias de su implantación y su solidez, no tiene ningún arraigo profundo en la sociedad española, fuera de categorías sociales subalternas no tan numerosas ni fieles como se pretende, y eso es algo cuyo valor estratégico para una posible oposición real no ha sido calibrado.

Más que ningún otro pueblo histórico europeo, los españoles son el pueblo de las oportunidades perdidas y largo tiempo después lloradas con impostada nostalgia. No, no son unas clases dirigentes incapaces, ni unas estructuras de Estado irracionales las responsables históricas de un estado de cosas insufrible en lo personal y en lo colectivo.

Es que el sujeto político activo, sufriente y consciente de la necesidad de Libertad política todavía no se atreve a pensarse como tal y mucho menos sabe ni quiere organizarse como «grupo constituyente» para un futuro que ya ha llegado.

Porque se ha de partir de esta premisa para toda comprensión del presente: el modelo implosivo de autoliquidación del Régimen vigente ya se ha consumado, aunque la «explosión» como tal no sea aún perceptible para la mayoría.

Su duración póstuma es responsabilidad directa de la sociedad española en su conjunto. Ya no hay salidas ni atajos ni soluciones provisionales. Las certezas de la vida cotidiana no son las enseñanzas de la Historia. Lo que deberíamos saber es que los pueblos llegan a callejones sin salida en su vida política cuando la Forma de Estado y la Forma de Gobierno son una piel que hay que mudar y saber eso es parte de la mejor inteligencia política a la que nos está dado asentir.

La función de las élites intelectuales es vislumbrar cuándo se ha llegado a ese punto. En España, la miseria del Espíritu creador es tal que ni siquiera la inteligencia cultivada sabe lo que quiere, suponiendo que quiera algo. Nos espera un grave conflicto civil en poco tiempo si la inteligencia institucional bien experimentada no se hace con el control de la dirección política de esta sociedad escarnecida y humillada.

Es sintomático (en el contexto de una grave enfermedad como la que padecemos desde el punto de vista político) que cada «médico» haga su diagnóstico y proponga su terapia, sin pararse a pensar que también y sobre todo una sociedad se muere alegremente sin libertad política.

En el exiguo bando «reformista», unos son pragmáticos, obtusos pero pragmáticos, imbuidos de las erráticas verdades de una Historia en gran parte inventada y tendenciosa; otros técnicos, tan técnicos como para confundir la instituciones reales con el espíritu real que las determina; hay incluso algún humanista que habla de «individuos reales y sus necesidades». Cada uno tiene su parte de razón, por limitada y unilateral que sea.

El problema político español, la Historia contemporánea lo muestra con suficiencia prolija, no es la técnica de la reforma, la metodología de la reforma, los contenidos de la reforma sino averiguar cuál es el Sujeto activo de la Reforma: el Estado constituido, tal como ya lo está oligárquicamente por un conglomerado de intereses heredados de situaciones pretéritas, o la Nación dirigida por una fracción ideológica coherente que antepone por encima de todo la libertad política de todos a los intereses de unos pocos.

El resto es la pasividad autocontemplativa de que tan apasionados son agentes los intelectuales españoles, que es el grupo social en gran medida responsable de la inconsciencia política del pueblo español. Lo primero son los ideales y en esta España no hay idealistas sinceros y convencidos de la verdad. La gran victoria del Régimen del 78 ha sido expulsar de la esfera pública toda forma de idealismo y toda personalidad capaz de responder de sus principios.

Que los más degenerados, incapaces, miserables, cínicos y desvergonzados se hayan hecho con el poder es responsabilidad personal de cada uno de nosotros. Y por este reconocimiento comienza la libertad política y el cese de la grata apatía. Y luego vienen las discusiones teóricas y hasta las opiniones rutinarias.

Mi experiencia vital me induce a pensar, guardados los libros y la erudición bajo siete llaves y arrojados al fondo del mar, que la ignorancia y la maldad son el mismo condimento de todas las formas de estupidez política. Este Régimen, que desgraciadamente va a durar todavía demasiado tiempo, se basa en una combinación de ignorancia y maldad, de maldad idiota e ignorancia malévola, de tal envergadura que lo ha contaminado todo, tanto que la única terapia correctiva es la más violenta Revolución política.

Pero como no soy tonto ni ingenuo, sé que la vía de «desfacer entuertos intelectuales» es al menos una vía indolora. Decirle a un Muerto que se tienda en el ataúd no es pequeña tarea. Y eso que ya estamos en fase de autopsia con las manos enguantadas y los instrumentos preparados para la operación.

No pretendamos a estas alturas, como todos los que creen en el reformismo político, que basta cantarle una Nana de la Cebolla al Indolente, y a la vez Doliente, Pueblo español para adormecerlo un poco más. Que mientras los Mayores hablan del Enterramiento y el reparto de la herencia ante el cadáver aún insepulto del Régimen, los Niños-súbditos, recluidos en el cuarto de los juegos, no alboroten demasiado.

Inconsciente y mal reprimido, existe latente, incluso entre los que lo niegan o no comprenden y ni siquieran han oído hablar de ello, un anhelo confuso de «libertad política colectiva». Ciertamente, muchos españoles seguimos siendo libres en espíritu y algunos privilegiados hasta se consideran «espíritus libres», pero no sabemos qué hacer con esos dones en la esfera práctica.

El conjunto de los efectos de lo ocurrido en el proceso de la «performance secesionista» durante este otoño de 2017 ha dejado al desnudo a todas las instancias y fuerzas del Régimen, y poco importan nuestras opiniones personales, carentes del más elemental sentido histórico: el hecho se ha consumado, aunque sus consecuencias de largo alcance van a ir apareciendo poco a poco.

No adoptemos la clásica posición del conservador español que siempre se agarra al mástil del barco escorado para hundirse con él, mientras se pregunta compungido qué ha fallado, sin fijarse en que los materiales mismos de construcción estaban muy dañados ya durante la fase del diseño «arquitectónico». Aprovechar las instituciones existentes para producir un cambio político es una posición voluntarista pero desesperada y desprovista de visión de futuro.

No hay nada que salvar, nada que conservar, nada que recordar, salvo la lección histórica del inmenso fracaso que ha sido el Régimen vigente y la abyección colectiva a la que nos ha arrojado desde el primer momento hasta el día de hoy. Que muera entre el ridículo y el escarnio es lo único que merece y así será. No necesitamos ni queremos que nadie nos dé ninguna «libertad» desde arriba, por un acto sublime de Gracia. No volvamos otra vez a los «pactos» de las fuerzas «vivas» con instituciones que tienen todo que ver con el estado de cosas actual.

En la política no hay “Revolución” más que como mito contemporáneo carente ya de relieve e interés intelectual. Es el mito de las “masas activas” en la Historia, pero sabemos que eso es una mentira piadosa. Realmente no sabemos quién es el Sujeto de la Historia porque quizás no exista como tal.

Me interesa, sin embargo, “lo revolucionario” como categoría trans-histórica, es decir, la figura concreta del anhelo de cambio profundo que surge espontáneamente desde todas partes cuando los hombres, que habitan cobijados bajo la protección de una sociedad, consideran que el Orden en el que han vivido durante largo tiempo se ha convertido en una limitación al libre despliegue de sí mismos y estiman lúcidamente que la protección ya no merece el precio que se paga por ella.

En Europa, y en España mucho más por razones políticas de podredumbre indescriptible, ya estamos ahí, aunque pocos puedan percibirlo.

Lo “revolucionario” no es “izquierdista” más que en la muy torpe apropiación marxista de un impulso muy rico y muy complejo que nunca llegó a cuajar políticamente en nada productivo. “Lo revolucionario” es apropiable por todo el que, dadas unas condiciones de anquilosamiento colectivo y vital, busca las vías de escape a ese horizonte de interpretación de una vida histórica agotada.

Revolucionarios son los que inventan o imaginan nuevo sentido que puede dársele a la experiencia humana, los verdaderos artistas y poetas y los verdaderos pensadores.

La oposición entre Conservación y Revolución es otra de las muchas añagazas de nuestra historia intelectual pervertida: en realidad, para sorpresa de casi todos, sucede que los únicos “revolucionarios” han sido los “Conservadores” (no precisamente en el vulgar sentido político), es decir, los creadores “metafísicos” de nuevas valoraciones, pues eso sólo puede hacerse cuando uno sabe bien cuál es el “peso” (lo que se ha conservado y lo que se ha anquilosado) de los valores de su presente histórico.

Cuando se dice que “ya no hay nada que conservar”, lo cual es cierto en un sentido muy estrecho, todavía no se ha llegado a comprender que “lo que hay que conservar” es producido como el valor que hay que instaurar a partir de la puesta en movimiento de lo revolucionario. El valor de la Libertad política siempre hay que proyectarlo como acontecer futuro para que algo llegue a ser fuente inspiradora “real” de una acción colectiva realista.

En cierto modo sucede que no hay Conservación sin el apriori lógico de la Revolución. Y una Revolución lograda que se autorreproduce es lo que llamamos Tradición, principio necesario para el siguiente movimiento instaurador, restaurador o francamente innovador.

Creo que la situación de España debería inducir a reflexiones muy serias sobre el significado del acontecer histórico. La banalidad asfixiante con que vivimos nuestro “destino” es ella misma parte del problema, quizás el problema mismo.

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