En la época moderna, en las condiciones de sociedades estamentales y luego clasistas, a partir de la separación Estado-Iglesia y la emancipación de un sector “laico”, “secularizado”, integrado por las primeras categorías de “intelectuales humanistas”, cuya base formativa fue la cultura clásica, en el largo periodo de despliegue entre el Renacimiento italiano y la Ilustración francesa, quizás desde entonces, y sólo desde la perspectiva actual (anacrónica), podría hablarse de “élites” en el exclusivo sentido del grupo especializado en el dominio del ámbito de la “creación cultural”.
Las otras “élites” no existían, porque los ámbitos político y económico todavía no se había autonomizado como instancias con su lógica propia.
La primera “élite” en aparecer fue ésta, la cultural. Y precisamente nació en el terreno cultural, creativo, artístico y literario porque en primer lugar aquí, en este tipo de creación y creatividad “espontánea”, se sublimó el primer sistema histórico de valores burgueses, característico de las sociedades europeas de clases hasta las vanguardias y el periodo de entreguerras.
Y desde el principio fue una élite que suministraba al Estado naciente, en su versión absolutista, el funcionario-modelo. Es sabido que el grupo revolucionario francés estaba formado por estas categorías movedizas y desarraigadas, de ahí su fuerte inspiración intelectualista, abstracta y rousseauniana, como ya observara Edmund Burke en el momento mismo en que se produjeron los iniciales acontecimientos de la Revolución francesa.
El pensamiento “clásico” alemán, que asume el principio motriz de la Revolución y le da su forma “metafísica” acabada, bajo condiciones del absolutismo principesco o prusiano, se nutre de esta misma “élite” funcionarial en todos los ámbitos (disciplinada pero rebelde en su fuero interno: el romanticismo tiene ahí su base existencial), así como todos los nacionalismos clásicos y todos los reformismos sociales (aquí predomina el “Lumpen intelectual” con las consecuencias bien conocidas desde entonces). Basta leer reseñas biográficas de estos creadores de conceptos para entenderlo. Hegel es un ejemplo eminente y su teoría del Estado es incomprensible sin este trasfondo social.
La sociedad cortesana aristocrática de los siglos XVII-XVIII, bajo cuyos auspicios se dio nacimiento a la gran cultura europea en todos los ámbitos artísticos (música, literatura, arquitectura…) no estaba formada por “élites”: éstas nacen en el momento mismo en que el privilegio de cuna, el linaje familiar y el estamento empiezan a ser cuestionados por el “mérito”, la gracia santificante del trabajo y el ahorro y el ahora prestigioso “esfuerzo individual” valorado como fuente de justificación del orden social frente al “plaisir de vivre” del ocio aristocrático como marca de distinción y superioridad “moral”.
En potencia, hay “élite” sólo cuando el nacimiento no asigna automáticamente una posición social preestablecida y definitiva, es decir, sólo en las sociedades burguesas de clases.
Hay “élite” cuando la vida es dura y hay que ascender en la escala social que ahora por fin en esta “democrática” Modernidad burguesa parece abierta a la carrera del mérito y el talento (?). En cierto modo, las élites nacen cuando la posición social se hace móvil, electiva y también selectiva.
Esta paroxística evocación histórica, sin embargo, se hace necesaria para comprender que la moderna teoría de las élites de Pareto y todas sus derivaciones, aunque parecen que se orientan sólo y directamente al ámbito político, creo que en realidad describen lo que sucede en el nivel puramente social o civil, es decir, especifican el funcionamiento de un ámbito pre-político y lo trasladan y asimilan a otro cuyo lógica es muy distinta.
En ese ámbito prepolítico o civil, lo mismo que en la sucesión familiar de las generaciones de hermanos y sus descendientes de todas las líneas familiares, el movimiento social de sustitución acuciado por múltiples factores cruzados, sobre todo la aptitud y la competencia exhibidas en las actividades profesionales, es lo natural y creador, algo que intenta ser controlado y detenido por el Orden estatal, pues supone un grave peligro a su “estabilidad”.
Pareto escribía y pensaba, desde sus originarias premisas de un liberalismo en retirada a finales del XIX, en un mundo en el que por vez primera en la Historia la clase económicamente dominante (la gran burguesía propietaria de la “Belle époque”, formada ya por rentistas en su mayor parte, como los que se retratan en “A la recherche du temps perdu”) se había separado y disociado del grupo dirigente en el Poder (la “clase política”, es decir, la oligarquía parlamentaria y el alto funcionariado profesional).
“Las élites del poder” como tales no existen ni han existido jamás fuera de este restringido horizonte histórico, como tampoco existen hoy ya “élites culturales creativas”. Lo que hay en su lugar, bajo condiciones de un régimen social igualitario y uniforme de masas socializadas desprovistas de identidad, salvo que las “tendencias de consumo” pudieran producir alguna “subjetividad social colectiva”, es indescriptible.
La perplejidad que pudiera causar tal situación histórica es despejada en su verdad cuando se piensa que probablemente ya no vivimos en las condiciones sociales que imaginados sino en otras muy distintas, de las que el modelo primitivo podría encontrarse en la tosca forma soviética ahora perfeccionada por la Unión Europea: una tecnoburocracia de partido asociada a los altos ejecutivos de los sectores concentracionistas del capital bursátil mundializado. Pero nadie en su sano juicio reconocería “eso” como una “élite”.
El caso de España es demasiado trivial y obvio, tanto como para intentar siquiera esbozarlo: el Régimen del 78 es todo él una máquina de precisión casi suiza dedicada a producir Antiélites en todos los sectores: desde la más tierna infancia del súbdito-niño, entregado al cuidado de la incubadora-guardiana “socialdemócrata”, toda potencia subjetiva individualizadora y competitiva es en el posterior párvulo hominizado pacientemente extirpada de raíz.
Rubalcaba sabía lo que hacía con la Reforma Educativa, unos de los pivotes que sostienen este Régimen. Apenas un vistazo a lo que uno encuentra en cada sector político, económico, social o cultural y se percata de esta catástrofe. Aquí la movilidad social sabemos con bastante certeza en lo que consiste y quiénes y cómo obtienen “éxito social”.
“Forbes” dice maravillas de un tal Florentino Pérez, así que…