La familia, ¡qué gran invento la familia! Se puede medir el grado de “evolución” y “civilización” de una época tan sólo observando cómo está organizada la familia característica del grupo social que ha impreso sus pautas al resto. Pero sobre todo casi puede llegar a saberse todo de una época conociendo cómo se produjo el proceso de disolución del ideal de familia.
La familia “clásica” europea es la burguesa y pequeño-burguesa, en muchos aspectos descendiente del modelo patricio romano y del linaje feudal: todo giraba en torno al patrimonio familiar y su encarnación viva, la figura paterna, que era el verdadero objeto de veneración, símbolo y fetiche del estatus que garantizaba la permanencia de la estructura familiar en el recurrente y cíclico reparto de la herencia.
Pero todo ese bello mundo, que también fue el de la “Belle époque”, la neurosis y el psicoanálisis, ya no existe: la proletarización, hoy bienquista bajo estándar de vida en las clases medias asalariadas, ha surtido sus efectos sobre la forma de la familia occidental. La vida del consumo es más dura que la vida de las minas y el campo, hay que pagarse muchos caprichos necesarios, y hombres y mujeres deben compartir la contractual coyunda del asalariado para vivir conforme al estándar sistémico.
El espacio de lo privado se ha estrechado mucho, a medida que en el recorrido de la Modernidad, cuya trayectoria nadie conoce, se ha ido bajando del tren en cada estación algún miembro de la vieja estructura familiar europea: los abuelos, desaparecidos de vista, vegetan en algún lugar lejos del ruido mundanal; los hijos, nadie sabe a qué se dedican pero es seguro que, con o sin padres, nacieron huérfanos de herencia material o simbólica; la pareja nuclear, apenas una lucecita parpadeante en la pantalla del radar que recoge el movimiento errático de los lazos afectivos vaciados de contenido; los no-nacidos, ocultos en cuadros estadísticos a cuenta de una demografía apocalíptica, desfilan en los libros de Historia del futuro como víctimas de una mortandad neomedieval.
Poco puede destruir un Estado que antes no hubiera destruido el Mercado. Reconozcámoslo, el Estado actual se levanta como un Castillo o Fortaleza en medio de las ruinas y el desierto que es el orden social que “administra”, ese viejo señor con gota recluido en la torre más alta de sus aposentos, al que muchas maldades se le achacan, cuando en verdad el achacoso es él mismo.
La familia, ¡qué gran invento la familia! Si al menos hubiéramos conocido una familia “feliz”… Pero el hombre no debe rebajarse a esos cuentos para viejas solteronas.