De los días antojadizos
que se consumían en juegos
con flores de trapo y una pasión extrañada;
de las noches aniñadas
que se refractaban demasiado lúcidas
en la superficie acerada de nuestros espejos,
sólo quedarán olvidadizos y fatuos
los despojos,
mal encadenados al capricho de una libertad
que en su propio exceso se hiere a sí misma,
pero no puede dejar de herirse para ser libertad:
esos versos,
ni hallazgo hacia los atajos del porvenir,
ni solicitud hacia las encrucijadas del pasado:
lucha antagónica y amistosa contra la nada,
estremecido agonismo tenso y delicado
de un azar y una necesidad,
tan tuyos en lo áspero
como en lo dulce suyos.
Porque quien escribe versos en un mundo
escombrado de sentimientos esdrújulos
sólo responde a una pregunta,
que otro yo, desconocido y porfiado, le dirige:
“Amor mío,
mi alegría y mi pesar,
¿para qué las palabras
a las que les arrebataron el alma
si las aves de corral saben cloquear
y nada más necesita el hombre?”
Infantes, 2 de noviembre de 2009