RECUERDO PARA ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO (2018)

Una sola necrológica de Antonio García-Trevijano, más allá del texto de la agencia EFE, se ha publicado en ABC por Hermann Terstch en la primeras horas de la mañana de este lluviosísimo 1 de marzo de 2018.

Al menos se le reconoce «extraoficialmente» algo:

«Republicano combativo como era, con serios desencuentros con Juan Carlos I, queda en la memoria su precioso llamamiento al Rey Felipe VI a ponerse enfrente de la manifestación de la Nación para salvar la Corona y a España ante la amenaza separatista».

Ya se sabe, si te juntas con los ricos y poderosos, se acuerdan de ti. Dice Terstch: «Queda en la memoria», no el Discurso de la integridad y el valor civil sino un gesto retórico ocasional, porque tiene que ver con la Corona. Pronto habrá «trevijanistas monárquicos». Es lo único que le queda al Régimen para simular su reformismo dignificado.

Dice Terstch: «Su pasión eran el pensamiento político y España».

Y no es incorrrecto. Pero tal vez sería más apropiado al caso singular del hombre declarar: «Su pasión era la libertad política colectiva para los españoles de carne y hueso, de aquí y ahora». Sigue Tersch: «Y muchos de nuestros males serían menores de habérsele hecho un poco de caso.»

Sin duda, ni siquiera sería imaginable lo que los gañanes de la sociedad civil y los chuloputas del Estado han hecho con España si el pensamiento del hombre hubiera tenido oportunidad de obtener una forma real institucionalizada.

Nos ha inspirado para pensar que, incluso en un mundo devastado por un Estado Español poseído por la Hez, la Democracia como forma de Gobierno puede llegar a ser posible: eso es una hazaña para los descreídos de todo, como yo lo soy desde siempre. Una última ilusión, la que sea, es buena para pasar los últimos años de nuestra vida.

Escuché a Trevijano en su última grabación con un severo dolor de estómago y muecas disimuladas en su vieja cara apergaminada hace pocos días y me digo ahora que debo soportar mi propio dolor moral, que ya no cesará, ante el vacío vital y humano de este Régimen a cuya destrucción debemos consagrar nuestros talentos y energías.

Se tiene derecho a la arrogancia, la soberbia y el orgullo, tan distintos en esencia, cuando el silencio inteligente desborda lo que debe escucharse. Porque hay otra arrogancia, otra soberbia y otro orgullos llenos de bajas pasiones que son los que nos dictan su verdad maléfica, su mentira y su impostura.

Pobre y viejo hermoso Trevijano, a quien debemos amar a pesar de todo lo que sabemos que nos va a hacer sufrir el llevar a cabo su concepción de la libertad política. Como buenos filólogos, seamos fieles al Texto y la Voz en ausencia del Hombre.

Yo le estoy agradecido al Régimen de 1978 por muchas razones. Entre ellas destacaría la muerte por inanición espiritual que provocó su sola existencia en mi ya lejana primera juventud, bajo aquel oprobio cotidiano que fue el felipismo, muerte simbólica de la que sólo fue posible resucitar confinándose en una suerte de autoexilio intelectual, mediante el refugio en otras tradiciones culturales y otras tendencias ajenas a lo que desde finales de los años ochenta se producía y comerciaba aquí.

Porque ahora uno se da cuenta de que el trasfondo de su indefinido malestar juvenil no era una cosa personal, sino que tenía motivaciones políticas muy profundas que sólo con el tiempo se revelaron.

La España del Régimen del 1978 es quizás lo que se ha vuelto cuestionable como sociedad civil y cultura social a medida que se iba tomando conciencia de una privación, una pérdida y una carencia.

La grandeza de Trevijano fue apuntar con el dedo hacia el cómo, el cuándo y el porqué de este sentimiento creciente.

Nuestro problema, de orden colectivo, siempre aplazado por un miedo explicable pero injustificable, no tiene soluciones técnicas superficiales, sino que apunta en la difícil dirección de la conversión de la conciencia de la realidad hacia un cambio institucional general.

Pero faltan las premisas: el sujeto político colectivo consciente de su estado de necesidad.

Los españoles se han dejado imponer formas políticas de dominación que ya en su origen mismo contenían las consecuencias que luego acababan por llegar a la conciencia pública sólo para inmovilizar aún más las energías, siempre redirigidas hacia asuntos banales.

Hoy vivimos ya de hecho en uno de esos estados transicionales que prefiguran nuevas modalidades de organización del poder a espaldas a los sujetos políticos entretenidos con anodinas anécdotas y discursos automutiladores para que la impotencia pueda asumirse sin malestar demasiado perceptible.

La tragedia española, porque a toda la banalidad del ambiente subyace una tragedia vital e intelectual, que ni siquiera se hace visible para los más “críticos”, consiste en que no hay soluciones reales inmediatas ni salidas precipitadas, porque el Estado español ya no existe, carece de fuerza, los Partidos que articulan ideológicamente ese Estado son el mayor obstáculo, y la sociedad española no sólo es profundamente acomodaticia y cobarde sino sobre todo inconsciente de la realidad y de sí misma como “sujeto político”.

Entretanto yo prefiero “la retórica”, es decir, la abstracción o cualquier forma de evasión antes que ensuciarme las manos y la mente con todo lo que circula en la esfera pública, publicada y republicada.

El sincero artículo de Hermann Terstch ayer 2 de marzo en ABC evocando las figuras de Bueno y Trevijano como los últimos “dinosaurios” de una España cultivada y consciente, observaba que nuestro problema de fondo es ”intelectual”, apuntando a que el Régimen de los Partidos ha creado una sociedad incapaz de toda reacción refleja puramente defensiva, a causa de procesos bastante repulsivos de condicionamiento “cultural”, mediático y electoral.

Lo primero debiera ser llegar a tener un diagnóstico de la realidad, y creo que éste se encuentra todavía en fase de “estudio” por los observadores de la enfermedad, ya muy avanzada y terminal. No hay “oposición intelectual y política organizada” a este Régimen que públicamente lo declare y asuma como grupo un programa efectivo a este. Sin eso, como comprensión de una primera necesidad, todo lo demás es arbitrismo de tertulia y maquinación endógena y automotriz de partidos.

Llevar a cabo una reforma política en serio, incluso una revolución, es mucho más complejo que «reestructurar» una plantilla o cambiar un «modelo de negocio» o incluso «redireccionar» unas cuantiosas y milmillonarias inversiones.

En primer lugar, la ocasión se da por azar, pero la opción triunfante en la lucha de opiniones debe ser concienzudamente preparada y ésa era la obsesión de Trevijano, que yo comparto. En esta España, a decir verdad, nadie tiene opiniones ni pensamientos, sólo «opciones», es decir, nada.

En segundo lugar, el grupo «opositor y disidente» debe alcanzar una muy amplia difusión y aceptación mayoritaria de sus propuestas defendidas con argumentos públicamente rebatibles.

En tercer lugar, los medios de comunicación han de ser liberados de su dependencia del capital financiero y del Estado para poder entrar en funcionamiento.

En cuarto lugar, dadas estas premisas, hacerse con el poder real conlleva anular a los partidos actuales mediante diferentes medios coercitivos, entre los cuales las medidas transitorias de excepción son necesarias (Ley de Inhabilitación para cargo público y sobre todo prohibición legal de todos los partidos actuales).

Evidentemente, todo esto supone un levantamiento violento de masas organizadas o un golpe de Estado militar o incluso ambas cosas a la vez.

Y como nada de esto desgraciadamente va a producirse, y el 80% de la superflua masa votante no es previsible que deje de participar por iluminación repentina o infusión del espíritu democrático de Pentecostés, yo no puedo patentar la «Fórmula política» y cobrar derechos de autor, si bien estoy convencido de que las cosas como actualmente están son ya de por sí catastróficas y apuntan esbozos de estados ulteriores aún peores, porque los factores humanos en juego son de ínfima índole.

También yo, como muchos que guardan silencio ante la monstruosidad cotidiana que se perpetra ante nuestros ojos inyectados en sangre impotente, tengo una parte insurreccional y espontaneísta a lo CNT preguerra, con toque sutil y provenzal a lo Georges Sorel.

Pero hasta que mis ojos mortales no vean el asalto popular espontáneo enrabietado a una sede de partido estatal, su incendio, desvalijmiento y linchamiento, incluso simulado y televisivo, de los pobres funcionarios émulos ínfimos de los Rajoyes, Sánchez, Iglesias y Riveras…, no me creo nada, el principio de realidad del Régimen prevalece sobre el hartazgo inarticulado del vulgo municipal y espeso, que diría alguno de nuestros amados modernistas, retratados en “Luces de Bohemia”…

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