RETORNOS Y CLAUSURAS (MÁLAGA, 1996)

I

Como solía, en su remanso inquieta

la tarde de un otoño contraído 

a fuego de carne amansada, 

trenzaba la corona de un sol caído 

sobre lo impensado, 

mientras nadie apagaba las luces de sus ojos, 

detenidos en cercos de llanto sin dureza.


Como solía también yo, 

volver a la llamada 

con el corazón rodeado de multitudes opacas,

figura del ascenso 

o un rapto mezquino en su abandono 

de boca torcida y noche devuelta 

a los otros sueños sin alba apenas cálida.


II

A lo largo de encantadas vías brillantes 

por ciudades emergentes 

cuando el día impone un desorden 

quieto a la muchedumbre, 

la llama nocturna se apaga en mi boca, 

y el lenguaje transcurre en un intercambio banal.


Pálidamente se encadenan 

palabras como murmullos 

y lo irreal prorrumpe, suspira, 

patea el ámbito cercado de los sueños 

aventados por manos obscenas. 


Esa emboscadura del deseo 

que juega al cansancio de contarte, 

cuando la búsqueda ignora su límite 

y el invierno muerto de la carne 

conspira entre papeles mojados.


III

No está cansada la piel, sino el tacto,

como el sol pasa entre las ramas: 

la verdad del cuerpo es su ausencia. 


No está cansado el mundo, sino la mirada, 

nunca el lenguaje creó a su doble, 

ni la metáfora atrapó la imagen, 

porque el lamento olvida el buen orden

de las cosas maduras y suficientes.


Conocimos, recuérdalo,

el murmullo de las estaciones, 

el óxido pacífico de la mentira, 

la negación del ángel 

y su dolor de grito inaudible, 

cuando la noche inunda la vida 

de soles muertos y cenizas ceremoniosas.


IV

En algún confín, la ciudad acaba 

entre la luz vesperal contenida, 

apenas ya la sombra avanza 

y arrastra el viento humedad de invierno.


No hay música que detenga 

lo que nadie decide, 

no es la hora del poema o su doble, 

de la búsqueda insensata de un orden caído, 

sino el momento de comprar alguna medicina, 

porque las noches son largas y lentas en febrero.


Los cabellos acariciados 

no despertaron otro brillo, 

pero hacían esas noches 

más sabias de inquietud, 

a pesar de las vastas lecciones 

de gramáticas moribundas.


V

Y tú, de tantos otoños de juventud, 

mujer oculta en el abandono último, 

¿qué ibas a esperar si sólo conociste 

la fría mansedumbre de los despoetizados, 

su astuta indisposición moral 

y sus desintegradoras duplicidades, 

convenientemente simuladas en apariencias deshonestas?


Para que el poema nos reinventara 

hubo primero que inventar otro amor, 

casi tan falaz como el suyo; 

para habitar la vieja fábula, 

hecha de lluvias, inviernos y avenidas despobladas, 

en nuestra doble soledad compartida, 

hubo luego que imaginar otro dolor 

casi tan engañoso como el suyo.


VI

En esos días de lluvia inesperada 

sólo la luz vuelve a querer un cuerpo, 

cuando abril muda la piel 

y quisiera ser otra vez otoño.


La neblina de la lluvia 

trasmite la fragilidad del cuerpo poseído, 

así como nervios invisibles 

que corta y deshace una luz 

fatal en la hora de la separación.


He olvidado los paisajes, 

nadie puede inventar los vínculos 

cuando el lenguaje falta.


VII

Si el cielo se puebla de nubes ociosas 

la ciudad huye de las sombras, 

y ninguna lluvia detiene el orden 

de la violenta sumisión a lo impersonal.


Que tú has huido también 

allá donde los niños andan felizmente descalzos 

y no quieren aprender inglés, 

con sus pantalones ligeros de lino sucio 

y los labios secos de aromas densos. 


Todavía es tiempo 

para que conozcan la nieve y el agua 

y otras estaciones y paisajes.


Pero tú no eres maestra de la vida, 

ni de la muerte ni del amor, 

sólo podrías ofrecerles el desamparo 

y un poco del rencor encubierto 

con que hemos manchado 

nuestra propia inocencia, 

en esas ciudades ociosas 

donde los jóvenes como nosotros 

paseaban felizmente hastiados.


VIII

Convaleceremos horas llenas de ocio banal, sin esfuerzo, 

poco a poco se habrá desanudado toda virulencia afectiva; 

puesto que no hay que volver a vivir nunca más, 

deja que permanezca la verdad sin inquietud.


Como ves, es fácil encontrar la muerte 

en las cosas que debía habitar la vida, 

e inesperadamente este rostro se ha hecho pedazos 

contra mal conquistadas vanidades de impostor grotesco.


Pero de este amor no devuelto 

sólo permanecerán merodeos en torno y muecas aisladas, 

y sobre todo un poco de ese cansancio dominante 

con que los vivos gustan de fingir su viveza fastidiosa.


Y a veces, cuando la tarde sin presagio 

vuelva a traer ese aire ya conocido con olor a mar y espera, 

bajo el calor de luminosas cúpulas comerciales 

o entre el pasaje con sabor a postal en calles vacías 

(en ciudades fantasmales y de pesadilla), 

sí, entonces, desearemos 

otras horas y otros climas, 

otros rostros y otras vidas, 

para rehacer el inventario azaroso de muertes y deseos 

y piedades y miserias y rodeos y mentiras: 

todas las argucias con que convocar al hada mala.


Porque al final apenas nos quedará un poco ingrato 

el solo deseo del deseo, 

es decir, el recuerdo de haber deseado, 

único puente casi franqueable 

entre dos voluntades que ya no serán las nuestras.

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