Esta otra intimidad comienza tarde, cuando la fantasía crea al fantasma que antes evocaran las palabras. Un pavor, algo sin nombre, te acoge en su violento oscilar del exaltarse a las pequeñas lágrimas, como si existiera una armonía secreta en este juego de la vigilia y el sueño. Y si apareces ahora en el sueño, otra tarde de invierno en que te veré marchar sola bajo el aguacero que no te toca: que sea para traerme el favor o la gracia, no la copia de una belleza que yo mismo he inventado, lejana e impalpable, sino la tuya mejor, sin el ropaje de esta imagen que te deforma. En este duro volver a la luz del día que se apaga, el sueño liberador se vuelve mudo, sabe mucho más de lo que expresa, calla mucho más de lo que sabe, y yo tengo que interrogar al rostro como a una esfinge de humo que con signos de incertidumbre me asedia. Y así se escapa el enigma, todo lo que busco se vuelve espejo de su contrario, como aspereza y dulzura intercambian sus máscaras, y siento el frío que desprenden sus párpados helados, rosa oscura sobre ojos de claridad verde que miran al infinito y no me encuentran. ¿Quién eres, sombra o más que sombra?, me gustaría preguntar, cuando pasas cerca de mí como un golpe de aire seco y no sé qué señales debo seguir. Pacientemente, como adivinador torpe e inexperto, desgrano gestos y palabras, miradas y sonrisas, minucias del deseo emboscadas contra mí. Y todo es la misma esfinge de humo que, al envolver mis ojos, me descamina y no puedo sentirte como un ser que respira sino como simulacro en el que hay algo de falso que anuncia lo verdadero.
Infantes, 18 de noviembre de 2009