Agradecido a este otoño que sin haberlo querido me hace perdurar más allá de la memoria, unciendo palabras a luz nueva, uniendo deseo contrario que difiere de sí mismo, ganando en desposesión que no lamenta su pérdida: luz, lamento o deseo que han sabido aguardar para el momento de honestidad última en que más los necesitaba. Siempre lo otro llega a su tiempo, -repítelo para no olvidar y para no ser descortés contigo mismo-: lo imposible puede esperar. Ahora sólo te importa este regresar veleidoso de las palabras que te buscan y quieren acogerte en su dolorido calor recién recuperado, palabras tal vez sanadas o sólo convalecientes, después de tanta fanfarria de multicolorido homúnculo saltarín, pues demasiado te habías mezquinamente adornado con legajos de humanidad moribunda.
Infantes, 21 de noviembre de 2009