TELEDESIERTOS (2001)

-Un momento, estoy contigo.

Algo como un grillo metálico, forzado, se interpone otra vez. Imagino un espacio oscurecido, un verde flotante, húmedo, una sedimentación granulosa, un tejido opaco, parduzco, todo lo que una ligera insonorización, entre puntos distantes, no puede silenciar y es ruido denso, como ese espacio que ahora imagino.

-Espera, cerraré la ventana.

Ahora es la luz anaranjada de los anuncios, los reflejos fluorescentes del asfalto mojado, desde las líneas monótonas de las cornisas de los edificios vacíos, el rojo-verde refractado de los semáforos de las intersecciones bruscas donde los encuentros son improbables.

-¿Me decías?

El perfume bien conocido debajo de la oreja, ocultada por la melena un poco desmadejada, el perfil casi invisible junto a la lámpara velada, el olor del pan recién tostado, el parpadeo de la televisión, cuya esfera cambia de tonalidad al ritmo insensato de las melodías y las palabras en medio de ninguna parte, acá o allá: desde la banda secreta y los canales encabalgados.

-¿Sigues ahí?

El goteo oportuno de la ducha, el traqueteo exacto de la lavadora, el viento que bate las persianas y los toldos: necesaria lluvia de algún octubre o noviembre; el deber de narrar la jornada, el tiempo diluido de la separación, como si estas vidas pudieran transgredir la frontera del ruido que las demarca, como si los débiles impulsos eléctricos de esta combinatoria digital pudieran resistir la inminencia recurrente de cada ruido que abre las pausas en que se materializa la ausencia de lenguaje, y somos, entonces, nosotros los órganos promocionales de la propia red que te escucha en cada conexión, sólo numéricamente efectiva.

-¿Por cuánto tiempo aún seguirás así?

Pero no sabe que estoy ahí donde ya nada te escucha, no sabe que debía ofrecerle este relato que es ausencia de relato, desconoce el rito y su exigencia de silencio, porque son las cosas calladas las que deben tomar la otra palabra, la que nadie puede sostener si no en la otra línea de las conexiones improbables, paralelas, cuando llegue el auténtico momento de integrar la voz a su desaparición fortuita, un eco de sí misma que no sabrá decir las cosas que callaré nuevamente, aquí, cuando, al marcar el número, me desborde el presentimiento de la inutilidad de la palabra puesta en función, bajo pena de un coste ridículo pero sacrificial, un intercambio de dos ausencias que jamás constituirían un horizonte ni siquiera cómplice de dos víctimas del intercambio programado de los ruidos efectivos, sobre todo cuando la lluvia escueta pone el escenario para reivindicar tal vez lirismo superfluo en la cabina en la que el vaho de la respiración espectraliza el silencio más hermoso y más acogedor, mientras espero la pregunta a punto de colgar.

-Dime en qué piensas.

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