Entre tanta maleza y este veneno
de los más pudorosos, castos días
(ojos enrojecidos, manos frías)
hay raíz de mandrágora en mi seno.
En la boca sabor tengo al vil cieno
del paraíso en que crecen tan baldías
esperanzas y penas y ansias mías:
mas nada torcerá un gesto sereno.
De encantamiento tal sólo redime
el canto que vincula la potencia
atándola a la voz, que vela oscura
mi corriente dormida, en esta influencia
o imagen de la muerte, que me imprime
de un sueño la soñada mordedura.
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