1
Has llegado otra vez
cuando ya nada te anunciaba:
un tiempo apaciguado aún se removía
ante los ojos cansados de espera.
Cuánta luz
se ha fundido en tu luz,
cuánta imagen
ha sido nuevamente convocada,
cuántas hadas
se han adormecido en la larga vigilia…
Lejos, siempre lejos y más lejos.
Pero cuando por fin adviene el acontecimiento,
debías acogerlo en su forma única.
¿Qué pasión puede vencer
a la de los ofrecimientos del azar?
Tanto he descendido
hasta el yo y el tú de los diálogos diferidos,
tanto he buscado
en cada luz la figuración de su revelación silenciosa,
tanto he tenido que amar
cuando no había nada que amar…
Todo, un vano consumirse obstinado
en el sueño y en su agitación incierta.
Pero si has llegado otra vez,
el tiempo se abre
y no quiere ninguna promesa,
pues todo es ahora cumplimiento a través de ti.
2
Cuando la luz nueva de un otoño benévolo
(no creías que su sol volviera a deshelarte alguna vez),
quiere anunciar que la cosecha está madura,
no te apresures a recogerla.
Sabes que debes esperar todavía,
aunque en la vieja ánfora
no queden ni aromas ni posos
de un exótico vino lejano.
Sabes que si has de sembrar nueva simiente
en tu tierra por fin bendecida,
no recogerás nada que tú mism
no hayas entregado antes en sacrificio.
Por eso, ya no eres codicioso,
no quieres nada más que lo que mereces obtener
a cambio de tus cuidados sin deuda,
y amas nuevamente este sol otoñal
que te revela un sabio aroma de vino lejano.
Olvida ahora el naufragio en que tanto se perdió,
no fue culpable la ceguera ingenua de tu juventud,
pues así es como uno se embarca siempre:
con la ansiosa vista puesta hacia donde el deseo confunde
la permanencia con los espejismos de horizontes cambiantes.
El tiempo que te queda
no es más que tu tiempo de renovación
hacia interpretaciones de lo mismo:
aves en tu cielo solitario,
cuyo vuelo has observado tantas veces,
amedrentado o gozoso,
sin engañarte sobre sus pretensiones de verdad.
3
Si la mirada se agota
en los reflejos trucados
de los cuerpos que enmudecieron…
Si la mirada ya no resiste
el peso del mundo,
porque el sueño se adueña de la luz
que vino de un oriente simulado…
¿A quién dirigirás ahora la plegaria, el canto?
Si las estatuas son sólo estatuas
y hace tiempo que las cubre la sal
humedecida por brisas de mares fríos y oscuros…
Pero ahora buscas,
apenas poseído por el viejo don,
como buscaría un ciego con el tacto,
la última huella de un calor improbable
y te agitas preguntando de dónde vino y para qué
esta exhausta certeza de otra luz.
Los poemas eran invocaciones
a una presencia más real
que la del cuerpo y el espíritu,
y si esa presencia quería la forma de mujer,
¿por qué creíste siempre en la fuerza del encantamiento,
en los poderes contrarios del sortilegio?
¿Acaso no comprendiste que el dolor sin nombre
fue tu única verdad, la única compañera?