En mi monólogo inconfesable sobre la figura histórica de Franco, distingo tres categorías abstractas aplicables al personaje. La categoría de «gobernante», la de «político» y la de «estadista». Pienso que como «gobernante» en el sentido preciso del «creador y conservador» de un orden político del Estado administrativo que protege el desenvolvimiento del orden civil, Franco fue una figura excepcional y única. Pero a la vez pienso que como político y como estadista, a diferencia de un Hitler, carecía de esa visión intuitiva del porvenir que determina la grandeza del orden fundado sobre su autoridad personal y tradicional.
Como sobre tantos personajes y acontecimientos del siglo XX europeo y español, y mi evocación de Franco es tan sólo un caso anecdótico, el «dictum» de la Historia está por establecer. Sobre todo porque dentro de ya no mucho tiempo la reflexión «histórico-filosófica» será imposible, pues nadie estará culturalmente en condiciones de llevarla a cabo. Todavía Joaquim Fest, en el prólogo de su gran biografía sobre Hitler, se preguntaba en qué «sentido» el Jefe del Estado alemán era una «verdadera figura» de la Historia Universal. Nosotros, más modestos, debemos todavía preguntarnos, y cada vez más en serio, en qué sentido Franco fue o no un «gran acontecimiento español».
Confieso que mi juicio al respecto es vacilante, porque quizás aún no está maduro o quizás porque el modo como Franco quiso instituir la continuidad de un cierto «Orden» no pudo sino sacrificar la vitalidad de la Nación histórico-política a la eficiencia del Estado por él personalmente instituido sin tal vez sospechar que la hobbesiaba máquina monstruosa en las peores manos de la peor calaña acabaría por destruir a la vez a la propia Nación y al propio Estado. De ahí mi observación sobre su falta de «visión del porvenir» y sirva esto sólo como «aperitivo» de ulteriores reflexiones más matizadas.
Positivismo jurídico, tecnicismo de la Administración confundida con el Gobierno, presunción del prestigio ante las masas de una forma de legitimación “trascendente” (“democrática”) frente a la inmanencia objetiva de la pura “legalidad”, autonomía del Estado como creador del Derecho y supervivencia inercial del Estado como Aseguradora Universal para masas desposeídas: procesos esbozados ya al final del régimen de Franco, por evolución interna o por mímesis histórica. El problema teórico es la continuidad del Régimen de Franco a través de la Reforma política como forma muy específica de reconfigurar los poderes del Estado abriéndolos a una fatal oligarquización.
La hipótesis de Fernández Miranda «De la Ley a la Ley» como condición apriori gubernativamente impuesta y seguida al pie de la letra en todo el «proceso reformista» no ha sido cuestionada por nadie, salvo por Antonio García-Trevijano. Nunca he sido sospechoso de «antifranquismo», pero no dejo de preguntarme sobre el fundamento de legitimidad, no ya «moral», pues la «Autoridad» no se transmite ni hereda por vía legal, tradicional o carismática, sino puramente «formal» de este régimen. Porque «legitimación democrática» real no tiene…
Sabemos bien que no hay una dominación que pueda sostenerse en la sola «legalidad» positiva que es el pasto alimenticio de la Bestia Leviatán, pero no es la corriente nutritiva que «anima» la relación de dominación vivida psicológicamente por las masas. Sin esta «corriente» (en el fondo una «irracionalidad» que puede vincularse a lo «sagrado» si se quiere) que conecta el poder a los dominados, por mucha legalidad que el Estado produzca, por muchos derechos que «garantice» incluso con el sostenimiento material de masas desposeídas crecientes, por mucha «seguridad» que ofrezca, el vacío de la legitimidad tarde o temprano presenta su tarjeta de visita en la forma de una crisis moral, institucional y hasta antropológica…