VARIACIÓN SOBRE UNA PAIDEÍA IRREGULAR (2000)

¿Desde cuándo me fascina ese mentón?

Sí, lo sé, cuando lo miro sin afeitar, siento cómo corre por los límites de mi decoro y mi mansedumbre de hombre que aprendió a serlo, una extravagante inclinación al goce que sólo él podría saciar, precaria pero dignamente. ¿Por qué necesito entonces todo un discurso moral para decir la verdad escueta? También debe haber un hombre para cada hombre.

Ese muchacho corrompe mi más arraigada virtud, y no es sólo malsana curiosidad intelectual o sensual, un apetito que emane de la carencia, sino la poderosa energía de esa incontenible virilidad pura, que emerge en destello cristalino de un rostro emancipado de cualquier servidumbre o mueca ambigua, la que designa la vida que yo no necesito para cumplir mi pobre deseo de compañía, incluso al precio de cambiar una sexualidad, por otra parte indefinida e inercial.

Me gustaría sentir su espalda como una lanza, harta de víctimas, clavada sobre la tierra, ese perfil de efigie imperial, nobleza desusada de unas facciones inmateriales, pero que la carne frágil sabe moldear como sólo una naturaleza en la que el milagro sea posible puede formar, a mayor gloria de un Creador con el que el miserable Apolo no podría contender, pues su efigie es más griega que la de cualquier griego existido y viril.

Este muchacho corrompe mi más contenida esperanza de un eros total, en el que el otro permanezca como otro, a pesar de una identidad de cuerpos entregados a una lucha devastadora, un intercambio desigual, en el que sienta el roce luminoso o violento de su barba de tres días sobre mi espalda, y oiga sus palabras aladas sobre el aire que nada purificará, quizás la estéril pregunta que yo jamás le formularé, porque de antemano sé la combinatoria y la cándida respuesta y la desnuda voluntad de permanecer el que soy, como un olvido animal en el que tú involuntariamente eres la excusa o hipótesis de mi exhausto deseo.

Y así, axioma bello de mi existencia sin demostrar, te construyo solitario y vencido, porque te vas lentamente por los pasillos en penumbra de las estaciones de metro, que pronto abrirá sus puertas infernales al murmullo conciso y abrumador de los desesperados, entre los que te ocultarás tras el alba, y dejarás de ser esa parte fútil en que se refleja el poder del mundo hecho totalidad.

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