Deshabituado al calor
1989-1991
Después de la tibia desnudez
de muchos días sin pasión,
hoy la luz se viste como doncella.
¿Estás triste?
Tras los últimos sueños ignorados del amanecer,
alguien pregunta por ti.
¿Ha sido el hábito demasiado ancho?
La claridad de esta mañana de febrero
esboza un gesto afirmativo
en todos los rostros sin nombre que miro.
Luego, al llegar la oscuridad
miro con apenas ternura las cosas
que alguien me enseñó a despreciar.
Mis noches van pasando ahora
al ritmo de las palabras cansadas
que hablan de dolor,
y en sus sombras me pierdo
y no sé dónde estás cuando a veces
ellas quieren ser tú dando tu calor
y ocupando tu lugar.
Pero la elegía es más fuerte que tú,
tan semejante en todo,
toma voz y cuerpo que suplanta toda verdad,
increada imagen de quien tomó aliento.
La mujer es una lengua intraducible a otra lengua
1989-1991
Cuerpo del dolor, cuerpo del placer,
forma abierta a la marea, al viento y a la lluvia,
escapas como gaviota toda rodeada
por el cielo sin senderos nombrados.
Cuerpo de ave ligero,
sobre las velas de mi barca,
me orientas para llevarme hasta tu reino peligroso,
parte apacible de un cielo que te arde,
inaccesible tú misma, forma múltiple,
cuando quieres purificarme en la llama débil
de mi pobre cuerpo,
arrastrado hasta ti,
cofre de tesoro antiguo,
abandonado en la playa,
mujer desconocida de ti misma.
Por nuestra carne
ladran los perros del desierto,
por nuestros ojos cruzan
las caravanas hacia las ciudades perdidas en los ocasos.
Un día nos reuniremos allí,
bailarina tú, de la reina o de la diosa,
y mendigo el que te quiso en la fábula
que una vez conté para dormirte.
Celebración de las cenizas
1989-1991
Después de las lluvias, quizás lo recuerdas,
marzo no venía con las caricias
de las palomas que la ciudad quemaba,
en las torres de las viejas iglesias abandonadas.
El tiempo nos dejaba vagar en ella
envueltos en gestos apenas memorables,
casi como dos fantasmas que habitaran
el palacio del hada mala.
Esa tarde, quizás lo recuerdas,
bajo la superficie indiferente de nuestra voluntad,
los viejos soles confundidos
imaginaron una luna grande
o hicieron florecer lilas mojadas.
Si la luz crepuscular
que se desprende de nuestros cuerpos
fuera tan buena como cualquiera otra luz,
para envolver el olvido del olvido,
para inventar el deseo del deseo,
por qué no representar la profanación otra vez
ya sin el antiguo pudor,
esperando que vuelvan las lluvias de marzo
a apagar las cenizas que ahora sembramos, mi hada,
con estas palabras que no son sólo una plegaria,
pero al menos no saben la tristeza
de tener que escribirte
como no eres,
como podrías ser,
como pude amarte yo…
Máscaras para una farsa
1989-1991
Conozco el lento repiquetear de lluvia fina,
muy cerca de donde la muerte toma la forma
del cuerpo dormido de la desconocida.
Conozco la luz casi amiga que penetra perezosamente
por las rendijas leves de la ventana,
perfilando apenas las cosas poco personales
de la habitación en que se obstina el olvido.
Conozco el olor indefinible de esta muerte absurda,
cuando sonríe la máscara japonesa.
Escucha: aún queda mucho por hacer, todavía.
Y todas estas cosas también me conocen:
si mi silencio no te molestara,
diría lo que deseas escuchar.
Si cesara la lluvia, me oirías…
Pero sólo escucho la lluvia
esta última mañana de noviembre.
¿Los pájaros? Es muy temprano aún.
Además, su escenario era otro,
el del tiempo que los otros no vivieron,
cuando aún no había que escribir esta muerte.
Laberintos
1989-1991
Lo que nos separa de ti, mujer,
¿no es este cristal por el que el aire
no pasa más que como tal idea
de un aire blanco inexperimentado?
Lo que nos separa de ti, amor,
¿no es esta luz desteñida
que se demora lenta,
con inquietud de los cuerpos
recién despiertos,
después de que ya hasta donde flota
la calma marea descendidos,
vuelvan a la superficie,
envueltos en la inhospitalidad de su propia desnudez?
Si la mujer pudiera aún ser salvada,
espacio final en que dejar extinguir
el sol de lo escrito sobre la carne,
memoria del crepúsculo en la carne,
si tú reconoces ahora apariciones
sobre aquel cielo ininterpretable,
¿por qué no me contaste toda la fábula?
Deja un poco de hilo,
para que pueda volver al camino que me abriste,
si alguna vez mi demonio me extraviara.
No hay ángeles, intelecto puro,
memoria pura de lo que queda,
girando siempre sobre el mismo sol enrojecido
a fuerza de significar en la luz
de los mismos signos salvajes,
materia y forma de esta corrupción
del cuerpo sin huellas, perdido.
Y quedan huellas que son eso que jamás fueron,
cuando aún lo deseado permanecía
en la indiferencia de su propio cielo.
Elegía entre dos tiempos
1989-1991
Tiempo de su vida, tiempo de mi vida,
fundidos en la imposible unión:
lo que nos queda es siempre el otro tiempo
en que dormir a la intemperie sin luna.
También nosotros habitamos esta leyenda
hechos personas
detrás de la que los poemas fingen un sentido.
Abril, abril, por los ojos abril.
Por un poco de nueva brisa
extraña te reconozco.
Como esta voz incierta y quebrada
que se oculta en ti,
para acariciar una y otra vez
ese cuerpo real o imagen ya,
signo de la noche que nos entierra
entre multitud de briznas delicadas
que corta esta brisa nueva…
…Pero sólo el tiempo de mi vida
fundida consigo misma.
Y no volveré a morir
en ese mar de vino oscuro
hecho de reflejos de mi mar azul-verde,
mar también de hojas sobre los cuerpos
hollados por el alba inútil.
Viví allí entre sus olas,
y por qué escribo con tristeza,
eso sólo lo sabe la piel extensa
en su cerrada blancura,
lo inasible de nuestros cuerpos hechos
con las hojas de mil árboles
que un otoño despojó,
o de mil espadas ya sangrientas
de mil luchas afrontadas.
Degli erotici furori
1992-1993
Como si fuese heroico
sentir con delicadeza
no pidiendo nada a cambio;
nombrar en la ausencia con las palabras
que no hacen volver el encanto;
recordar los poemas viejos,
esas mentiras impuras
sin más razón de ser
que la fragilidad y la impotencia.
Pensamos
en lo que tanto ha envejecido con nosotros,
caminando a nuestro lado, arrojando
una sombra más abrigada que la nuestra,
con una luz irisada al otro lado…
Pero no, nada tan falto de heroísmo
como la falsa compostura del enamorado y su poesía,
con la fatalidad de escribir para matar el amor
con gestos que son palabras mudas
llenas de caricias cansadas que cubren
el hueco del cuerpo ya perdido.
Y en nosotros insiste
un olvido más denso
que las capas ya sedimentadas de astucia y disimulo,
con que había que mantener la firmeza
de una dignidad insegura,
cada vez más apurada
en esta vida sin tiempo para recordar y agradecer…
Como si quizás no fuese heroico lo contrario:
la mezquindad de la indiferencia
llevada con prisas y ocultaciones,
el silencio sólo roto para compensar
los gastos de un yo incurable,
el olvido que finge fortaleza
en un combate perdido de antemano…
El Año Nuevo de mi corazón
1992-1993
La caída de la tarde,
sin énfasis gastado,
otra vez quiere ser hermosa por sí sola,
aunque su luz transcurre inútilmente:
sentir esa libertad hecha solamente
de una juventud malgastada,
una belleza sin carne
y una inteligencia sin objeto.
Lo perdido siempre retorna
a su debido tiempo, en la desconfianza ya:
el deseo persistente de una renovación sin culpa
que sólo más tarde cobrará el impulso
hacia otro cuerpo engendrador
de una vida más ambiciosa.
Sentir ahora, solamente,
esa libertad imaginaria
abriéndose camino hacia un orden futuro
en que la búsqueda de otra juventud,
otra belleza y otra inteligencia,
inaugurará la fiesta de las tardes y las noches
por las que continuar la lucha ya agotada.
Volverán a ser acogedoras
la mirada y el silencio,
volverán a ser amorosas
la soledad y la noche,
habiendo devuelto la deuda de los deseos impuros
a las cosas impuras de donde procedieron;
habiendo descubierto que el hueco de los cuerpos
no trasmite más que humedad contagiosa
y ruina creciente.
Como antes
1992-1993
Esa camisa verde pálido que no brilla
me contrae a la realidad,
recobra un sentido,
anuncio de una víspera
para un encuentro en el que íbamos tejiendo
las horas hasta confundirnos
en identidades hechas por el deseo de permanecer
atrapados en el mismo cielo sin huellas
de otra felicidad que ésta que se nos escapaba.
Ahora ya y entonces,
mi mejor prenda es eso,
lo que me volvía hacia una luz
que debió de venir de lejos,
tratando de atisbar una sonrisa no herida
cuya sinceridad tímida afirmase
que era día de fiesta, al menos para nosotros.
“La tarde es más hermosa que tú”,
en esta lenta perspectiva de un amor que languidece
desde que tengo memoria de su origen,
porque la tarde me devuelve,
entre las caricias de su aire de triunfo y ocaso,
algo mío.
Pasa intensamente esta tarde,
y nada me obliga a echar de menos
ni siquiera los tenues contraluces de esa memoria
a la que renuncié por anticipado.
Pero ahora que el deseo no reconstruye
una historia posible ni da una promesa de redención,
estoy abandonado,
como cuando pensaba que la tarde era más hermosa que tú,
más fuerte que todas las esperanzas de encarnación.
Ya ves, una crueldad innecesaria,
si no existiese una voluntad encarnizada
por dar sentido a todo,
crueldad ahora materia para dejarme prender
por un fuego comprensible,
sabiendo por fin que sin continuidad,
no hay permanencia, más allá de todas las consecuencias…
Asciende lluvia limpia, asciende.
Alcanzarás ahora algo de la vieja objetividad,
ordenando mansamente su ausencia.
Abril trae esa misma pequeña sinfonía de lluvia
arrojada desde un cielo que vacía el tiempo.
Sonríe como antes, agita la llama como antes,
devuelve la caricia como antes.
Y trasmite un dolor nuevamente fundador, como antes,
de ese vínculo indestructible,
que sólo necesita de nuestra precariedad compartida
y un destino encontrado al azar,
sin otro sacrificio que el de un egoísmo inconmovible.
Ciclo del alma
1992-1993
El ritmo del tiempo estaba contenido
en el curso del aprendizaje,
acordado en una armonía secreta.
Octubre, tardío verano
y apenas se despertaba
la ansiedad de lo nuevo entre las primeras avenidas
de los árboles plateados,
dulcemente mecidos por el viento del crepúsculo.
Poco a poco entraba noviembre
rompiendo el plazo de la espera
y traía el recogimiento y la desposesión,
entre páginas de literaturas de épocas sin memoria.
La invencible ruptura hacia diciembre
y la costumbre de la lluvia al amanecer,
acodado en la almohada
y la mirada en el horario incumplido…
Enero no perdonaba la sensación de fracaso,
febrero reabría débilmente el horizonte embrumado
y los días de impaciencia estéril,
el progreso de una astucia insensata
que juega con los enamorados.
Marzo, mes de la tierra quemada y fría,
madurados ya sentíamos los sueños
de una cosecha inesperada que abril, buen mensajero,
nos consumiría imperceptiblemente
hasta dejarnos exhaustos de promesa.
Y después,
ya no quedaba sino un tiempo casi ajeno,
mayo y junio, para la consagración del próximo otoño
que recomenzase el ciclo bajo los cielos
de una ciudad de pesadilla, idéntica
a la del amanecer y los horarios incumplidos.
Mitos de inmadurez
1994-1996
No conocí una época feliz,
ese tiempo mítico con que justificar
una vida hecha con pedazos de figuras anteriores.
No hubo una época dichosa
que encarnara por un momento febril
la sola razón de ser de un destino cualquiera,
tardío ya quizás en su madurez prematura.
De todo en cuanto me vi implicado
sólo guardo memoria de un devenir ajeno
del que no formé parte,
pero me arrastraba fingiendo ser expresión
de una voluntad objetiva más irresistible que la necesidad.
Ahora sé que mis ojos cansados
no han retenido la luz de ningún instante
cuya belleza resplandeciese
entre la mansedumbre hastiada del horizonte crepuscular,
demasiado escrito con fuego
en la carne endurecida por la soledad.
Pero la serenidad no buscada
acude al corazón,
como ave de mar largo tiempo perdida
en el azul estático,
y apenas luego retorna al nido,
conoce ya la costumbre de un vuelo más moderado
y la frialdad de los vientos a su paso.
Ficciones de la voluntad
1994-1996
Ya no esperaré:
las palomas se han marchado,
los últimos arrullos de los machos
que henchían las plumas del pecho
han desaparecido ahogados por el estrépito de la ciudad.
En los parques crepusculares
es la hora en que las parejas adolescentes
ejercitan con candor no aprendido
sus bocas y sus manos.
Las primeras farolas se encienden,
cuando la tarde moribunda
pone una mueca como de invitación
a la carne hastiada.
No queda nada para el recuerdo,
el pasado siempre tuvo la impaciencia de hoy.
La poesía fue eso: la compañera
que un buen día nos abandonó,
porque ya no pudimos ser dignos de ella.
Luego, otras compañeras de ocasión
vinieron y pasaron,
pero el cielo permanece abierto.
Y el amor se hace de hábitos
indecisamente llevados con la mansedumbre
que dejan las pasiones apagadas
en la oscuridad fosca de la memoria
-allá en su reino exánime-,
donde tú solo sobrevives a través de la ficción
de un ser irreal rodeado de seres irreales.
Metonimias
1994-1996
Así también tú como yo
puedes adaptarte a cada lectura
en los tiempos de cada verbo
y a través de sus inscripciones vagas,
que no reconstruyen ninguna memoria ni deseo,
sabes de nuestras personas irreconocibles
allí donde cada lectura nos cansa y deteriora.
Esta presuposición inagotable
de todo cuanto en nosotros pudo ser contenido
no ofende más que el tiempo irreparable
de una búsqueda insensata,
a través de rostros semejantes y diferentes,
a través de atardeceres comunes y calles comunales,
a través de cristales oficiosamente desamparados.
Nuestra llama no inventa estas metonimias,
pero ocultos sobrevivimos
en esos fragmentos opacos,
sin la tenacidad de su poder adherido
a nuestros cuerpos vacíos.
Cada acto desmemoriado
no funda más que la ausencia
y si miro un cielo tendido
sobre cristales rotos
cada estrella señala una espera
no consumida que devuelve deudas sin afrenta.
Y así qué lenta es la noche
cuando nadie la acompaña,
con palabras, sueños o deseos,
esas materias traidoras de que hacemos
lo irreal de esta presencia sin nombre,
más fuerte que la nuestra junto al mundo de los otros.
Contra esa vagorosa ausencia
imprecada de deseo escribo,
porque conozco también la noche
cuando detiene ese dolor diferido
con que llama del otro lado la memoria
y sustituye el nombre de las cosas.
Convalecencia
1994-1996
Convaleceremos horas llenas de ocio banal, sin esfuerzo,
poco a poco se habrá desanudado toda virulencia afectiva;
puesto que no hay que volver a vivir nunca más,
deja que permanezca la verdad sin inquietud.
Como ves, es fácil encontrar la muerte
en las cosas que debía habitar la vida,
e inesperadamente este rostro se ha hecho pedazos
contra mal conquistadas vanidades de impostor grotesco.
Pero de este amor no devuelto
sólo permanecerán merodeos en torno y muecas aisladas,
y sobre todo un poco de ese cansancio dominante
con que los vivos gustan de fingir su viveza fastidiosa.
Y a veces, cuando la tarde sin presagio
vuelva a traer ese aire ya conocido con olor a mar y espera,
bajo el calor de luminosas cúpulas comerciales
o entre el pasaje con sabor a postal en calles vacías
(en ciudades fantasmales y de pesadilla),
sí, entonces, desearemos
otras horas y otros climas,
otros rostros y otras vidas,
para rehacer el inventario azaroso de muertes y deseos
y piedades y miserias y rodeos y mentiras:
todas las argucias con que convocar al hada mala.
Porque al final apenas nos quedará un poco ingrato
el solo deseo del deseo,
es decir, el recuerdo de haber deseado,
único puente casi franqueable
entre dos voluntades que ya no serán las nuestras.
Promenades
1996-1998
Azul de diciembre, te oscurece
una noche que apresura sus estrellas
y sus lunas menos amigas,
te das prisa en no cumplir tu promesa.
Azul de otoño sin hojas que mezca una brisa,
pálido resplandor de un sol viejo
entre las paredes que contienen la penuria
de algunos malos sueños y algunos malos olvidos.
Azul ya claro que blanquea sin máscara de frío
estas insumisas palabras solas,
como en las calles donde erraba el viento
despierto de sierra cercana,
entre el calor de los cafés con la vejación
solitaria del domingo.
Azul para temprana rosa,
hacia el llano por el que descendía
suavemente la ciudad,
desde las casas moriscas y las calles
enredadas en cármenes de nombre dulce y raro.
Hoy, otros aires de viejo azul pasean
avenidas que sacrifican su soledad
a la fiesta del hombre ocioso,
el que deambula en el caos ordenado de espacios previstos.
Hoy, otros aires de viejo azul impulsan
nubes desatadas de amarras invisibles,
nubes como gacelas sorprendidas
por un ojo anterior a la mirada.
Bajo esos aires de entonces,
posabas para alguna fotografía
sobre la barbacana que separaba el mirador
de la alta ciudadela árabe,
y pensábamos en las mezquinas habitaciones
donde pudimos rehacer sueños de cobre,
que otoñecerían luego sin promesa,
en los ojos que tenían que abrir más su ceguera.
Si la lluvia te devuelve al sueño
y los sueños te devuelven a la lluvia,
si aún los gorriones pían
su fluir oculto desde un cielo
como el que he llenado de palabras ajenas y mías,
si la luz es la misma que nos abrigaba
cuando la muerte quería el poder de desearnos:
en vano decidí ser la pujanza de un sueño sin raíces,
la trasparencia de un aire envuelto en lluvia,
la voz que se agita entre llamaradas de tiempo profanado,
la luz que despierta la miseria abstracta de la vida.
Calles solitarias de viernes
1999-2001
Noche para tomarte lentamente
tras la espera en el círculo más bajo,
ahora, en el bajorrelieve estereofónico
de nuestras voces apagadas en los teléfonos.
Metal oscuro e inmisericorde,
desde la terraza solitaria a fines de septiembre,
dentro de esa vieja cabina en la intersección
de nuestras calles más queridas.
Cuando el frío ya baja de la sierra cercana
y los taxistas huyen de los focos infecciosos de la ciudad,
donde penetra la noche incubada en alcohol y mentira,
con sus árboles recién regados por los empleados municipales,
sus aceras limpias por unas horas y la extraña certidumbre
de los últimos enamorados que recorren las vías
extinguidas más allá de sus deseos impenetrables.
Estoy solo, otra vez, lo sabes,
cansado de que pienses estúpidamente
que aún hay gente nueva que conocer,
o ciertos matices amistosos o sentimentales que ensayar.
Estás sola, lo sé,
cansada de que te diga que no hay nada,
que la noche es una marea envenenada que me arrastra
hasta donde no hay nada más que esta voz
en forma mezquina de palabras a través de un hilo,
palabras impersonales como todas que quieren jugar
el juego fatal de la seducción improbable.
Pero lo sé, estás otra vez cansada
de que te diga que todavía hay tiempo para nosotros,
detrás de la luz convencional de miradas indiferentes,
de toda esas gentes, paisajes y emociones de diseño
que tanto quieres conocer,
pero de nada servirán a donde nosotros dirigimos
esta voluntad insensata de soledad.
Todo su cansancio inexpresado,
todo su acuerdo unánime por la ilusión
me fatiga más que nuestra propia vida.
Un paisaje nevado es una posibilidad más
1999-2001
Alguna noche de tantas,
en el declive de las horas sin sueño,
debimos hablar de esto,
de nuestro ideal silencioso de vida,
cuando aún había fuerzas para imaginar lo común
de un tiempo por venir.
Te hubiera hablado de una casa pequeña
bajo un cielo gris, sin ofuscaciones,
cerca de un bosque perdido
en la falda de alguna montaña,
siempre más al norte;
un sendero que llevara a un pueblo cercano
sin coste vacacional añadido;
donde las brumas de la mañana
nos hicieran olvidar los lugares
de los que procedemos.
Otros buscan la amistad o el amor,
con la ansiedad por las cosas sin rostro,
en la superficie de los cuerpos y las mentes estériles;
la turbiedad de emociones y deseos
que hacen la vida aún más miserable,
huyendo todos siempre de no importa qué,
pero llevan consigo a todas partes
el fraude inconsolable del mismo presente,
la misma impostura de la inocencia que desconoce.
No nos hubiera hecho falta ser tan considerados
con nosotros mismos y nuestras desilusiones,
no nos hubiera hecho falta insistir
en los recuerdos enmudecidos
que aleteaban cada noche,
si sabíamos que todas las ilusiones,
todas las seducciones y su cortejo
son las mariposas de una especie rara e inclasificada.
Memoria incompartida
1999-2001
Como tú,
me pertrecho en la oscuridad
de las sábanas que no nos protegen,
para decir las palabras
que ya no pueden salvar
la memoria del presente.
Como yo,
te ocultas en la oscuridad
de la cama en que naufragios nos aíslan,
para decir las palabras
que ya no pueden perdonar
la memoria de la ausencia.
Cuando el alma, vieja morada
a donde no sabemos llegar,
existe en el intersticio invisible
de dos cuerpos cuyos deseos no desean,
en las oscuridades que algún día
seremos cada uno en el recodo
de la vida del otro,
con la memoria del presente sin fondo,
hecha de memoria de nuestra ausencia sin huella,
como tú y como yo,
otros se pertrecharán, oscurecerán, aislarán
en las mismas palabras que decíamos
antes del sueño vencido,
sabia marea y vértigo sobre nada,
entre besos que ya no pueden levantar las alas,
abatimiento rugoso de cenizas rosadas.
Lost Paradise
1998-1999
Para qué fue hecho el tiempo
si no para que tú sola lo llenaras.
Para qué la luz miserable de los días
si no para que te iluminara.
Para qué el azul y el destello de la risa
si no para que desde tu boca
la corriente de lo irreal no cesara.
Para qué la locura inercial de vivir,
como si aún no hubieras aparecido
en la llama helada del invierno.
Para quién existes y pervives como un hada,
si las palomas también se te acercan
en el atardecer doloroso junto a los hospitales.
Para quién has venido a sembrar la estéril caricia
de las palabras sin ensalmo que yacen olvidadas.
Para quién ofreces el poder
de ser como una ilusión bienhechora
en el reclamo silencioso de unos ojos más sabios
que toda sabiduría del cuerpo y del alma.
Para quién habrías de existir y pervivir
si no para el arrepentimiento y la esperanza.
Para qué cuanto está destinado a la muerte,
si tú existes y pervives
con la fuerza de una bondad que afirma
la salvación y la condena
de lo que sólo pertenece al orden insensato
de otro mundo.
Fata Morgana
1998-1999
Amaba, por qué no decirlo,
el silencio sereno de sus ojos negros,
cuando es tiempo de luz dañada;
el silencio dulce de su risa apagada,
cuando es tiempo de fruto estéril.
Así, la mano fuerte de la madre amiga.
Amaba, por qué no decirlo,
la bondad de lo que promete
un campo recién sembrado,
la bondad de lo que espera
el campesino un día nublado.
Así, la benevolencia grata de las desconocidas.
Amaba, por qué no decirlo,
la semejanza reunida en su cuerpo
de cuanto no puede ser sólo creado,
la verdad de la apariencia cierta
en el espejo de la incertidumbre
de los propios deseos sin cuerpo.
Así, la caprichosa risa de los retratos antiguos.
Amaba, por qué no decirlo,
su juventud sabia de hada
como en mis cuentos de niño,
su perfil elegante de dama de otro tiempo,
como en el relato hastiado de mis sueños;
su cabellera círcea de esclava
como Briseida en el poema de Homero.
Así, los versos que las desconocidas no podrán leer.
Amaba, por qué no decirlo,
lo ausente de su ausencia
en la memoria futura que no compartiremos,
la vida que podría donar
a cambio de tan poco precio,
la vida que podría sanar
a cambio de tan poco esfuerzo,
la vida que debió salvar
por unas palabras de ensalmo nada más.
Rosas quemadas
1998-1999
No habrá brisas para nosotros,
ni la luz se abrirá en las rosas
al despertar su aliento
en las mañanas de cualquier primavera;
ni oiremos la canción universal de los pájaros
en los últimos parquecillos enfermos,
cuando la ciudad quede sola
como una novia blanca sin velo.
No habrá brisas para nosotros,
no te veré abrir los ojos como las rosas
en las mañanas de próximas primaveras,
no te oiré cuando tu voz
agite las llamas de los crepúsculos sin nadie
en las ventanas que amarillecen.
No habrá brisas para nosotros,
cuando ya no pueda verte
recorrer como un vendaval fresco
los pasillos del colegio,
cuando ya no pueda oírte
hablar suavemente con desconocidos,
cuando ya no pueda aspirarte
entre las fragancias indiferentes de las otras.
Y no sabré nunca más quién fuiste,
si la rosa de otoño se nos quema,
si la llama de abril se nos hiela,
si la canción de cuna se silencia,
si la voz de las noches se ahoga
en el estrépito sin pudor de las banderas de luto.
Y no sabré nunca más quién pudiste ser,
si nadie dice tu nombre de incertidumbre,
para invocar o adormecer a las hadas,
banderizas insomnes de mis noches fatuas.
Ruidos humanos
1.998-1.999
Nos reunimos
como seres civilizados que somos,
para congratularnos de esas pequeñas facetas de nuestras vidas
sometidas al principio de incertidumbre,
como si contar y contar
un recuento inacabable de entusiasmos
nos alzase hasta donde resplandece
la virtud bienquista
de la comunicación.
Como si hubiera ya algo que decirnos en medio del ruido
y la entropía que envuelve cada palabra impremeditada,
con sonidos secundarios que vejan significados depuestos
y jurídicamente poco comprometedores,
como palabras de amor no dichas
pero anteriores al convenio vulgar que escandaliza
cualquier declaración de buenas intenciones.
Qué fácil sería amarse así,
desprendiéndose de las alas adventicias de la semántica pública,
de las jergas viciadas de los profesionales de la conmiseración,
o el sarcasmo irreconocible bajo las señales de amistad,
y todas las miradas ignoradas que empequeñecen
a los perros callejeros,
y lubrifican la necesaria duplicidad del que escucha
frente a la exigible duplicidad del que habla.
Nos reunimos
como seres civilizados que somos,
para felicitarnos de encontrar vivos
a los que sólo creíamos equívocamente existentes,
entrelazados a nosotros por reglamentos
que inventaron los desposeídos de toda humanidad.
Qué fácil sería amarse así,
si no tuviéramos la prisa de las aves
que saben emigrar a tiempo para no perder su estación,
si supiéramos que los verbos en futuro son casi siempre falaces,
como los adverbios de lugar y tiempo.
Porque quien habla está perdido
y se pierde cuando calla,
nada tan fácil como callar a tiempo
y supeditarse a los deseos
que conocen la sabiduría ascética de la vejez;
nada tan tranquilizador como olvidar que existen los pronombres
que sustituyen a las personas como espejos invertidos,
cuando la hermana llena la habitación plateada en la espera,
y la lengua de fuego del vendedor de máximas se apaga,
dentro de una boca que ya no contiene palabras
sino trasmutaciones y metales de alquimista solitario:
nombres de mujer y ave marina sobre la solicitud del hallazgo.
Y, pese a todo, seguimos reuniéndonos al calor lúgubre
de los seres civilizados como nosotros,
aquéllos cuya combustión de lámparas sin aceite
determina imprevisibles variaciones meteorológicas
en nuestros ánimos necesitados de un vago sentido del deber
hacia los que yacen enfermos de pasiones mal interpretadas
por los oficiantes de la praxis común;
y la sutileza de su ausencia de abismo ilustra tiernamente
la mansedumbre con que conducen sus amores y sus vidas
y su sano apego a las cosas bien visibles de esta vida,
con que obstruyen las nuestras,
pero exigen comunicación,
porque debemos reunirnos,
como seres civilizados que somos,
y obligados a serlo bajo pena de canibalismo emocional
(no te comerás las vísceras de tu prójimo),
para congratularnos de esas pequeñas facetas
de nuestras vidas insaciables de incertidumbre.
El contrario
1998-1999
Un fuego rebelde niega
los nombres y las aventuras,
no sabe ordenar el mundo de las colisiones aéreas,
no sabe proteger su desdén del fuego fatuo que lo asedia.
Coraza venal con nombres
y aventuras que inventaron para localizarnos,
bajo la trampa obscena de los números de teléfono,
de las fotografías caducas de hace diez años,
de los mapas de carreteras abandonadas
a la sordidez ácida de los amores ridículos de invierno.
Estamos al otro lado
de cada una de las solemnes impertinencias
de las mesitas con café a las cinco de la tarde
de algún sábado sincero.
Estamos al otro lado
de cada una de las fofas recetas de existencia,
de los que predican paralogismos y felicidades domésticas;
de cada una de las trilogías vetustas de fe, esperanza y caridad.
Por los hombres que no han de nacer,
asesinados en las vidas de los que consumen
el negocio del tiempo por venir.
Un fuego rebelde a la pasión extrañada,
que aún emite destellos opacos de rogativas y conciliaciones
por los escuálidos difuntos que nos acompañan,
fingiendo límites al corazón foráneo.
Un fuego rebelde con mil años
y una criatura por engendrar,
que aún no quema sus últimas astillas.
Así estábamos,
lo mismo que ellos,
cenizas concupiscentes,
con la sonrisa fanática de los impostores que aman
y la mirada perdida de los que ya han regresado.
Aniversario
2009-2010
Vivo un tiempo suspendido entre dos orillas.
El puente que las unía eras tú,
mi viejo amor de tantos otoños anticipados,
una vida a la que no supe devolver
la gracia y el destino
que ella misma me hubo concedido.
Pero ya no es transitable el puente
y el tiempo corroyó todos sus puntos de amarre.
La memoria no me vincula a nada.
Cuando quiero cruzar la separación,
un viento brusco agita las banderas
que al otro lado se alzan
y me esperan para el combate:
desplegadas en mi corazón ondean y restallan,
no hay paz, no hay tregua, nunca las hubo.
Los recuerdos cambian y me cambian,
ya no soy el mismo,
su sentido se multiplica bajo máscaras
ahora y siempre,
cuando yo era mi mejor enemigo
contra todos y contra ti,
que quisiste asistirme
en el desvalimiento de la juventud estéril
y en la enfermedad de los años de aprendizaje.
Los recuerdos no se agotan,
aunque estemos fatigados de su cortés insistencia,
de su misericordiosa obsequiosidad,
pues a veces su tedio es el único auxilio
contra la violencia del deseo
y ellos te necesitan
para que el vivir no sea idéntico al vivir.
Lentos y mansos,
como animales domesticados,
vamos siendo conducidos hasta el altar
en que ellos nos sacrifican,
pero al menos desconocen
el oprobio común del juicio, la culpa y la condena.
Vivir como el saltimbanqui no es fácil,
el único riesgo verdadero es encontrar el rostro
de aquel sobre el que quisimos saltar
por encima de nuestras fuerzas.
Su mirada desconfiada no nos engaña,
él sabe que ninguna herida es para siempre,
por eso busca en un juego banal
el rostro verdadero de sí mismo,
cuando está cerca de la muerte,
la que sólo quiere que alguien se atreva a acariciarla.
Entonces, por un instante de miedo y éxtasis,
lo sabe y lo recordará:
nunca el mundo fue tan bello como ante el vacío.