La interesada discusión sobre el «populismo» resulta desconcertante por lo poco investida de significación real, si no es correctamente planteada.
A simple vista, hay que definir un concepto político en función del régimen de poder o sistema político concreto en que funciona y se pone en circulación. En este sentido, no debe caber duda de que en España la palabra “populismo” designa a la demagogia estatalizada, la de los partidos que son estructuras de funcionarios. De ahí que nuestro populismo sea admirable por lo contradictorio de su concepto: funcionarios que hablan en nombre… ¿del pueblo? ¿Ellos, que forman parte de un grupo de interés estrictamente estatal, que no público, contrario a la sociedad civil? ¿Populismo, si toda fuerza política organizada en Europa es partido del Estado? ¿Entonces no sería más bien un «populismo estatal» lo que se designa a secas como «populismo»?
Pero si los Estados europeos, y el español en el grado pútrido absoluto, son oligarquías de partidos del propio Estado, bajo esas condiciones, ¿qué podría ser el populismo? ¿Tiene esto algún sentido claro para alguien?¿No será que la forma oligárquica de gobierno engendra necesariamente, bajo determinadas condiciones críticas, su propio espejo invertido como «populismo»? ¿Un populismo nacido ya dentro del Estado y como reverso de su forma oligárquica? ¿Se comprende esto acaso y cuántas preguntas más suscita estos simples enunciados perturbadores?
Y estas preguntas, ¿tiene sentido hacerlas en una España que lleva ya cuarenta años votando exactamente al mismo grupo que ocupa el Estado y que de repente se ve en la necesidad, quizás por mera pulsión pánica de supervivencia, de inventarse un «populismo» a medida con el que garantizarse su perpetuación con la fusión de facto, en modo alguna retórica, de las dos «fuerzas constituyentes», que cambian el modo electoral alternado por el modo compartido secreto, indiferente a los resultados electorales?
Hablar de «populismo» en España es un escarnio a la razón política. Todo lo que ha ocupado el Estado ha sido precisamente una forma ya muy depurada de «populismo» (las llamadas “Autonomías” no son otra cosa ni se apoyan sobre otra ideología, de hecho son su versión administrativa), cuyo principio de gobierno no ha sido otro que engañar al «populus» del modo más burdo haciéndole creer que los partidos lo «representan» o tienen algo que ver con sus intereses comunes. Ahora al escarnio se pretende añadir su teoría y su práctica experimental: la abierta oclocracia, dado que la selección inversa ya no da para más.
Pues esa es la contradicción o la aparente paradoja que debe enfocarse a cuerpo descubierto y sin subterfugios. Los propios dirigentes podemitas incorporan conscientemente a su concepto de «populismo» la experiencia hispanoamericana ya teorizada por sus admirados Laclau y sobre todo Bonaventura do Santos.
En sentido estricto, el «populismo» es el «obrerismo» imposible de las sociedades subdesarrolladas sin verdadera clase obrera industrial en el sentido marxista clásico, con una suerte de numerosísimo «lumpen» más o menos desocializado, procedente de la descomposición residual, vertida sobre el inmenso espacio urbanita, de la economía agraria local de subsistencia.
Los podemitas quieren trasplantar ese ideal sustitutivo a unas clases medias españolas cuya fragilidad psicológica y moral es mucho mayor que su relativa precariedad económica y lo que el optimismo del “español sentado” permite vislumbrar. Hay un horizonte de volubilidad emocional muy arraigada en las posiciones de clase que asimilan «lumpen» social y clases medias, sobre todo en sociedades como la española, donde la dependencia de esos estratos, directa o indirectamente, está muy condicionada por el presupuesto público.
Si se analiza con perspicacia, hay una indudable inteligencia estratégica al advertir por parte de los ideólogos podemitas que el futuro de una parte muy sustanciosa de las clases medias españolas pasa por esa conversión vocacional en «lumpen». Todos los parámetros económicos apuntan a ello y no nos van a desmentir los escasos recursos rajoyescos de procrastinación.
El sistema educativo español en muy buen medida ha sido concebido y proyectado para esta vía de conversión social apenas perceptible para los afectados. Fue la decisión preparatoria de lo que estaba por venir. Hay que producir «lumpen» intelectual antes de que su devenir social se volviera masivo.
La clave de todos los fenómenos políticos contemporáneos de cierta entidad se llama «desclasamiento» y «desarraigo» social repentino: sus formulaciones políticas son las que se intenta acotar con el pobrísimo a-concepto de «populismo».
Hannah Arendt, con gran intuición, ya reconocía en el fascismo y el nazismo europeos (nacidos en sociedades y Estados de la más alta civilización y la más exquisita cultura social, suele olvidarse) la nueva síntesis entre élite y plebe, o «la plebeyización de las élites», algo que sin duda cabe apuntar ya en los jacobinos y en los políticos del Directorio. Donde las olas se agitan con violencia, sobre la superficie removida del mar, aparecen grandes orlas blancas de espuma, que a veces, en condiciones favorables, se vuelven bermejas de sangre.
“Populismo”, por tanto: un no-concepto al alcance de un no-pensamiento indigente que llamamos “Politología”, que nadie sabe qué significa salvo como instrumental para cierto tipo de “bricolage” vagamente teorizante con que satisfacer la ausencia de escrúpulos del mundo académico y mediático.
Dado que la raíz de “populismo” es “populus” y todo el mundo informado sabe que es una palabra latina que significa “pueblo”, problema resuelto. Pero sucede que “pueblo” no es un concepto político, en la época contemporánea, hasta al menos la Revolución Francesa, y entonces se pronuncia “peuple”, “le peuple”. Y al mismo tiempo, por extrañas razones, “le peuple”, quizás para ocultar sus bajos orígenes, modestísimos y oscuros, se trasvistió en “la nation”.
Por entonces, en todas las lenguas europeas, era una palabra que evocaba de manera inmediata al “pueblo bajo”, a la gente más pobre, a la que no se creía sujeto de derechos políticos y apenas civiles, y muy pronto con la Revolución Industrial, pasó a designar a las “masas obreras”, ese nuevo “sujeto de la Historia” inventado por Marx, tras la liberación o emancipación de todos los individuos de ese “pueblo” como sujetos jurídicos de derechos subjetivos reconocidos, aunque sólo más tarde se les concedió el derecho político que, al parecer, los resumía todos: el sufragio universal.
Si a eso se añade que el romanticismo alemán inventa el “Volk” como lugar de síntesis de una identidad metafísica o idealista de “le peuple” y “la nation”, investida de una gran potencia mística y una atractivo cultural extraordinario en el momento en que el Estado moderno se convierte en Estado-Nación y Estado nacional, el “coktail” de la confusión está servido para que todo el mundo se lo beba sin saber de qué licores espirituosos tan estratificados está hecho el “pueblo” como verdadero concepto político, el cual llega en loor de gran hallazgo tras Sièyes, hasta la gran “Teoría de la Constitución” de Carl Schmitt como figura mítica del “poder constituyente” y la tesis más profunda de que la apelación al mismo es la cuestión política clave para toda transformación de las formas políticas.
Y aquí llegamos al genuino trasfondo de la cuestión del “populismo”: su referencia fetichista funciona como exhortación preventiva contra la siempre latente fuerza del “populus” como factor del poder constituyente.
Toda la propaganda contra el “populismo” no se equivoca de enemigo y objetivo por destruir y deslegitimar.
Para todo poder constituido, “el populus” y quienes se arrogan la “vox populi” son peligrosos, porque ese poder constituido sabe muy bien dónde está la fuerza de todo poder: en esa “potestas populi” siempre presente, siempre latente.
Si Antonio García-Trevijano lleva razón, toda la historia europea desde la Revolución Francesa es la historia del miedo al “populus” y todas las formas políticas que se han desarrollado o inventado no son otra cosas que medios para conjurar su fantasma, falsificándolo y volviéndolo irreconocible. Por eso, hay que despreciar al hombre de nivel medio, a la masa, para encerrar al “populus” (y ahora en sentido romano: los hombres libres que tienen derechos políticos reconocidos que pueden ejercer activamente) en el redil de las bestias que deben ser domesticadas.
El fondo de la cuestión es: hay que impedir que el “populus” pueda ser activo políticamente. Ahí está al desnudo la eficacia de la tele como somnífero y sustitutivo de opinión pública y acción colectiva, los sondeos, las encuestas y, lo que es peor de todo, las propias elecciones o votaciones sobre opciones vaciadas de contenido desde la retícula del individuo insonorizado.
«Lo populista» es hacer creer al pueblo que el pueblo sea activo políticamente, pero engañándolo respecto a sus verdaderos intereses y defraudando sus expectativas e incluso degradando sus condiciones de vida haciéndole creer que todo va sobre ruedas cuando en realidad cada vez tiene un horizonte de vida más limitado y estrecho en lo material y en lo espiritual.
«Lo populista» es hacer creer al pueblo que el pueblo sea activo políticamente, pero engañándolo respecto a su «representación» en la esfera pública y respecto a su potestad real de «elección».
¿Cuáles son los «verdaderos intereses del pueblo»? Nadie lo sabe, y sólo hombres excepcionales que raramente aparecen en la Historia, tienen alguna intuición para llevar a cabo esta identidad y poder decir con autoridad: «Yo soy quien sabe cuáles son esos intereses del pueblo».
Equivocados o no, un Lenin y un Hitler, para sus respectivos pueblos, en un momento dado, con todos los horrores de sus respectivos regímenes, y siendo «tiranos» en sentido clásico y mucho más que tiranos, son sin embargo verdaderos portavoces de una «vox populi» excepcionalmente coherente y ajustada a las condiciones del desarrollo histórico concreto de sus pueblos, es decir, de la parte de ellos que fue realmente activa y sacrificada en un esfuerzo colectivo de lucha.
Dado que el objetivo de esa lucha no es la propia libertad política colectiva sino la acción interior o exterior para remover los obstáculos al libre desenvolvimientos de esos pueblos como comunidades políticas organizadas, la forma excepcional de ese Estado (su forma de dictadura en un sentido por completo nuevo) no es una objeción a la identidad entre pueblo y grupo dominante. A veces, es un pequeño grupo el que se erige en portavoz de esos intereses del pueblo.
Ahora bien, lo que nunca ha sucedido es que el pueblo en su totalidad se presente en la escena pública sin alguna forma de mediación: un hombre, un partido, una facción, una secta, una confesión religiosa, etc. Ni siquiera Rousseau llegó a creer que eso fuera posible y que alguna vez se hubiera producido en la Historia. Si hay alguna verdad política práctica elemental es que el pueblo no puede actuar en la vida política sin esas mediaciones.
Cuando se dice que un «pueblo es políticamente libre y activo», es decir, que puede desarrollar libremente una acción política colectiva, siempre se quiere decir que es una fuerza política encabezada y organizada sobre una base elitista. El problema es si la élite se identifica realmente con los intereses del pueblo, los puede unificar y totalizar como su propio «proyecto» y mantener los lazos de fidelidad y lealtad con ese pueblo. Lo demás es literatura infantil para periodistas, sociólogos y politólogos del sistema de partidos español.
El «populismo», tal como se lo vende, publicita y critica, no es más que el antídoto contra el desarrollo de esa élite que virtualmente podría llevar a cabo la identidad entre su discurso, sus intereses y los de la parte del pueblo más activa, más inteligente y con un sentido de la libertad más auténtico y arraigado. Y es igual que ese populismo sea de izquierdas o de derechas, porque su función es exactamente la misma y apunta al análisis que expongo.
En la actualidad, lo que la opinión fabricada de las sociedades occidentales percibe como “populismo” es el espectro de un vaciamiento de lo político-estatal: reacciones de modulación oclocrática en un contexto demagógico dirigido por oligopolios mediáticos trasnacionales al servicio de la confusión general de masas para oligarquías financieras desnacionalizadas y trasnacionalizadas sin orientación ni brújula en el océano infinito de su propia corrupción, perfeccionada forma contemporánea de emulación capitalista del privilegio feudal.
Si nos situamos en la España del reciente periodo 2010-2017, podremos quizás obtener información relevante sobre lo que está en juego en la escena política hiperestatalizada que se nos impone como realidad absolutísima sin alternativa imaginable.
El 15-M era el fruto de muchas causas y todas reflejo de la impotencia y la barbarie política en que se halla la sociedad civil «mantenida» por el Estado, absorbida por los partidos. Una de sus consignas («No nos representan») era la única que tenía contenido político pero ha desembocado en la intensificación de la ausencia de representación a manos de ese instrumento de integración de jóvenes desmoralizados que es «Podemos», que en cuanto organización es una colmena de ambiciosos replicantes de sus mayores, más «profesionales» en la organización corporativa de la estafa.
Bajo otras condiciones, las de unos «ciudadanos» quizás más ilustrados, mejor organizados, pero al margen de los partidos estatales, dirigidos a otros fines más explícitos, ese movimiento hubiera sido precursor de algo original. Desde la «indignación», sentimiento infantil de niños mimados de la sociedad del bienestar que exhibe la contrariedad de no tener a mano todo lo que se desea, provisto por el Estado, es decir, mediante la explotación de sí mismos, nada puede construirse más que discursos sobre el demérito de los «de arriba». El indignado es el votante del sistema de candidaturas de listas de partido estatal que no ha sido por completo seducido por el sistema que le ofrece tan reducido menú precocinado. Éste le permite dedicarse a sus «funny games» de «chicos malos», como hacen en Madrid y Barcelona los apoderados de estos «incorruptibles».
La izquierda española tiene como principal función representar la opción interna con que el bloque oligárquico español se presenta públicamente por sus necesidades de constituirse en clase dominante a partir de la estrategia de la imagen desnacionalizadora, alienada de la identidad histórica nacional, encubridora y validadora estratégica del capital trasnacional e ideología específica de las clases subalternas clientelizadas, extendidas desde los territorios neofeudales al resto de sus congéneres por la vía de la hegemonía cultural académica y mediática. Míticamente emotiviza un republicanismo de saldo y se crea buena conciencia al presentarse como la legítima heredera de «los vencidos» de la guerra civil.
El régimen español actual necesita recrear divisiones artificiales para ocultarlas divisiones ideológicas reales, que no controla. La división clave es democracia política formal frente a democracia social. Utiliza la segunda como plataforma para descalificar la primera. Porque «democracia liberal» es el Estado de Partidos al que se añade la demagogia de la democracia social y una práctica neoliberal en la relación entre el Estado y los grupos corporativos del capital trasnacionalizado. La izquierda acharnegada, que es sociológica y culturalmente dominante en la izquierda social, unifica en su discurso Estado de Partidos, desnacionalización confederalizante y demagogia estatalista de la siempre insuficiente «democracia social». El zapaterismo como práctica ideológica de gobierno fue su primer experimento.
Las izquierdas españolas durante la Segunda República y en la Guerra Civil podían definirse como «nacionales» si «nacionales» significa que su «proyecto» se dirige uniformemente y abarca a la totalidad de la nación política, manteniendo su unidad y su identidad. Por eso, “lo charnego” es una excelente categoría para describir un estado de enajenación profunda de una sociedad desvinculada de su pasado, incapaz de enfrentarse a él sino es mediante recurso míticos, como le sucede a la sociedad española actual.
La izquierda, o lo que se hace pasar por tal (en un Estado de partidos de carácter profundamente oligárquico y civilmente reaccionario no existe una verdadera izquierda social sino sólo un remedo estatalista al servicio de la alta finanza nacional e internacional) es calificable como «charnega» porque su estatalismo lo transforma en voluntad de destruir los residuos de nación política y por ello todo su discurso directo e indirecto lo centra en el antifranquismo, a través del cual encubre su verdadero proyecto, que no es otro que alcanzar una especie de Estado Confederal (por supuesto, otra ficción, pero es ideológicamente operativa) en que cada territorio absorba la totalidad del poder ejecutivo, es decir, dadas las condiciones del régimen español sin separación real de poderes, ese poder regional faccionario se convertiría en verdadero poder gubernativo total ya desligado hasta de los controles más aparentes, que es a lo que apunta la superclase económica trasnacional a través de sus apéndices partidistas.
El proceso ya está ampliamente desarrollado y sólo queda rematarlo. La burocracia política residual del PSOE, esclerotizada incluso en sus territorios más clientelares y corruptos, ya sólo representa un obstáculo en este camino. Por eso en buena medida ha aparecido “Podemos”. Es la fuerza encargada de hacer el trabajo que, debido a la encrucijada de la crisis económica, no le dio tiempo a ejecutar a Zapatero.
En España, es decir, bajo las condiciones del régimen vigente, no existe ninguna izquierda real, porque dentro de un Estado constituido oligárquicamente, los valores ideológicos izquierdistas sólo pueden aparecer como señuelos de puja clientelar para las facciones estatales. Y eso nada tiene que ver con la izquierda “social” pero sí mucho con su forma travestida de “izquierda política”. De ahí la necesidad de la evocación histórica, a partir de la cual construir un relato mítico y un recitado maquinal de la leyenda, su única verdad.
Los grupos organizados izquierdistas son el «ejército de reserva» de los «trabajadores ideológicos» de que se sirven las oligarquías madrileña y catalana (la facción charnega sureña del PSOE y la facción charnega norteña del PSC, En Comun, Mareas, Compromís y todo Podemos) para»integrar» a las masas desnacionalizadas de la izquierda ideológica y social en el Estado español en la etapa de la trasnacionalización del capital, antaño autárquico, hoy «globalizador», bajo dirección estatal y necesitado de un discurso cuya inspiración esencial es la renuncia a la conciencia nacional y su sustitución por una conciencia estatal desarraigada y en su producción, la izquierda orgánica es harto competente.
De ahí los «nacionalismos» y su relación con esa izquierda estatalizada, es decir, oligarquizada. En efecto, siempre venció alguna forma de conciencia nacional sobre la conciencia de clase. El asunto político de fondo más apasionante desde el punto de vista histórico para nosotros se encuentra ahí.
El problema español que pocos ven con claridad y que es en verdad el mayor enigma para mí: ¿cómo puede funcionar un régimen como el español sin que la derecha oficial sepa ni quiera socializar al pueblo en la conciencia nacional y sin articular tampoco la izquierda oficial ninguna “verdadera conciencia de clase”, salvo ambas en tanto que desnaturalizadas en esa cosa autohumillada, masoquista y pedestre que llamamos aquí “charneguismo”?
Este “populismo” acharnegado puede parecer a primera vista una compensación sobrepolitizante del contexto antipolítico tan definidor de las sociedades europeas del bienestar forzoso sacudidas por crisis incomprensibles y procesos disolventes de descivilización. Pero en el caso español, las “señas de identidad” de las “fuerzas populistas” se vuelven patentes observando tan sólo unos mínimos datos programáticos.
-La posición de los dirigentes respecto a la Monarquía. Aceptación indisimulada y apenas distanciada por los rituales y consignas del tipo de los que se gritan para asustar a las viejecitas en las consabidas manifestaciones «antisistema»: «España, mañana, será republicana» y cosas así. Necesitan a la Monarquía como los demás, como forma de encubrimiento y velo de las actividades estatales clandestinas.
-La posición de los dirigentes de Podemos hacia el Estado de las Autonomías. Aceptación y sobrepuja «plurinacional» con reconocimiento del «derecho a decidir», el carácter de España como «nación de naciones» y por tanto la presupuesta descomposición multi-estatal en potencia. Nada de esto contradice la esencia del régimen español de 1978. Al contrario, es una expresión pura de su lógica disolvente en grado sumo y consciente.
-La posición de Podemos respecto al sistema electoral. Deseo incontenible y negociable mayor proporcionalidad, como es coherente con sus necesarias condiciones de desarrollo y crecimiento. Y a ser posible, una proporcionalidad favorable que le permita dominar los territorios de la «plurinacionalidad» en los que ya ha desalojado al PSOE y apropiarse los del “Mezzogiorno” todavía hegemonizados, aunque muy en precario, por el PSOE.
-La posición de Podemos hacia la Constitución del 78. Implícitamente buscan una reforma en la dirección de estatalizar aún más a los partidos, profundizar en la independencia de los poderes autonómicos, sin contradicción con el principio de eliminar cualquier vestigio incluso formal de la «separación de poderes», es decir, llevar a cabo lo que PP y PSOE ya han realizado pero en su propia dirección y con mayor intensidad.
-La posición de Podemos respecto a la democracia formal. No existe tal concepto, tan sólo es sustituido por la apología desencarnada de una «democracia material o social» estatalizada desde sus propias determinaciones y en ese mismo sentido en que ya se despliega la actual: estructuras prebendarias y clientelas como modo de vida, multiplicación de secuaces y acólitos por cientos de miles colocados en los puestos que sea de nueva creación o ampliación de plantillas existentes. Ni representación ni separación de poderes, sino «más igualdad», es decir, compra masiva de votos y lealtades, a mayor profundidad y extensión que las practicadas hasta ahora puestas en marcha desde el propio poder constituido de origen franquista.
-La posición de Podemos respecto a la estructura oligopolista de la economía española. Control político desde arriba, es decir, ocupación de consejos de administración por los miembros del Partido-Estado. Nada nuevo, salvo que hoy están «privatizados» aunque sus relaciones con el poder político son las que les permiten evitar toda competencia amenazadora. Aquí subyace tal vez la única diferencia entre Podemos y las dos facciones que dominan este «campo estratégico». De ahí en todo caso podría proceder el «conflicto» de intereses.
¿Dónde está situado entonces el verdadero «asunto clave»? La voluntad apenas ocultada de Podemos de desplazar a la mayor cantidad posible de cuadros de la facción oligárquica a la que se le confió la gestión «moderada» e «integradora» de la izquierda sociológica para ocupar sus puestos, lo que conlleva el dominio territorial local y autonómico.
Lo que ha sucedido con Pedro Sánchez, el secretario general del PSOE a primeros de octubre de 2016, es que la facción del cuadro superior del PSOE superviviente no puede tolerar que la desbanquen también en el sur y en el ejercicio de influencia en el Gobierno, por lo que ha preferido la alianza «contra naturam» (de cara a la galería) con el PP gubernativo minoritario de Rajoy antes que la «aventura», es decir, su autoliquidación como integrante de una virtual «coalición» en la que el cuadro superior ya no controlaba la «gran política», es decir, el gran reparto.
La lucha es de facciones en las alturas de un mismo y único bloque oligárquico en el poder, cuyas articulaciones internas y alianzas están cambiando a marchas forzadas, en ningún sentido asistimos a una lucha contra el régimen español vigente desde 1977-1978. Que esta «lucha» ahora quede «congelada» sólo significa que el golpe de mano contra Sánchez, que es un verdadero golpe de Estado, pues afecta a la jefatura de un partido que es una institución estatal, mucho más esencial que todas las demás, es un preeliminar casi amable de sucesos ulteriores más decisivos, que serán presentados a la opinión con la debida corrección y normalidad.
Esa es la nueva tarea encomendada a los medios, a los periodistas y a la tropa opinativa, regular o irregular, en esta guerrilla de escaramuzas.
Si toma como punto de partida este grado extremo y suicida de supeditación del PSOE a los intereses de un grupo reducido de empresas que, ciertamente, constituyen el núcleo duro de los privilegios que ante todo hay que conservar y proteger, y a los que el PSOE siempre ha estado ligado, entonces todo tiene sentido.
Ese núcleo duro efectivamente es el que lleva las riendas, más que nada porque el verdadero peligro consiste en que ahora cualquier desestabilización interior podría tener consecuencias sobre unas grandes empresas trasnacionalizadas endeudadas tanto o más que el propio Estado. Ahí quizás se anudan los hilos de esta necesidad de «congelar» la situación, esperar y rezar para que los tipos de interés no se desboquen.
La «operación Syriza» puede esperar un tiempo. Pero no obstante siempre es una opción, sobre todo cuando el capital financiero franco-alemán (el BCE) está también en posición de acecho para cobrarse sus deudas y mantener a raya a sus acreedores. En Grecia les ha ido tan bien que su «operación Syriza» a la española no es una hipótesis descabellada. Ahora el orden jerárquico no parte de nuestro «cogollito» selecto de empresas y sus consejos de administración y grandes accionistas, porque están subordinados a unos intereses muy superiores que los desbordan. Ahí, en este cambio imperceptible de grupo dominante, está la diferencia con experiencias anteriores.
«Podemos» es como el lecho de Procusto por el que, de ser necesario, se hará pasar a la sociedad española, e incluso al núcleo oligárquico español, que hoy se defiende con uñas y dientes, refugiándose en los brazos de un Rajoy que debe mantenerlo todo en «stand by», horizonte crepuscular y sentina acumulativa de las corrupciones estatales y empresariales de la época anterior. Este núcleo duro está tan ansioso porque sabe que su destino, por primera vez, ya no está en sus propias manos. Desconocía que la trasnacionalización del gran capital también tenía unos riesgos a los que enfrentarse.
Una operación tan desesperada como la de Sánchez sólo es concebible dentro de un lineamiento estratégico completamente nuevo, con nuevos actores, nuevas amenazas y nuevos «escenarios». Que los dinosaurios actúen sólo quiere decir que este núcleo está completamente anquilosado, aunque controla todos los medios de comunicación y eso le da muchas ventajas.
Rajoy es el hombre de confianza de ese núcleo duro para no tocar nada, para atravesar la tormenta de arena sin entregar demasiados privilegios, a cambio de una «simulación» bien calculada de «gestión» y «reformas» que serán vendidas por los medios como muy notables adquisiciones de nuestra «democracia representativa». La maquinaria ya está en marcha. El cerebro oxidado de nuestros constitucionalistas ya segrega nuevas nociones, planes, memorias, consejos y revisiones.
Pase lo que pase, ante este régimen español, como dispositivo en extremo artificioso del poder de clase, todas las personas lúcidas que hay todavía en España, no inmoralizadas por la mentalidad partidocrática que rige la totalidad de la vida pública y privada, personas que tengan alguna estima de sí mismas, confiadas en su integridad singular y no entregadas a la rumia de verdades postizas, no tienen más remedio que llegar a esta conclusión.
Se abren dos vías de salida, con sus respectivas variantes:
– La vía pacífica desde fuera del régimen según procedimientos y procesos de los que hay que conocer su alcance, que no puede ser otro que la instauración de un nuevo sistema político en el que el conjunto de los factores y elementos que hoy presiden nuestros destinos queden al margen y sean neutralizados por medios legales pero desde otra legalidad, la derivada de un proceso constituyente fuera de los partidos estatales. Todo el mundo iniciado en este asunto sabe o debe saber cuál es la teoría de base que necesitamos poner en práctica.
– La vía autodestructiva de consumación de las posibilidades internas de este régimen (mediante el dispositivo ya puesto en marcha de unos nada novedosos «procesos endogámicos descentrados de oligarquización»). Esta vía implica ejecutar lo que está implícito en el diseño constitucional de 1978 y que «Podemos» no ha hecho más que explicitar, pues al contrario de lo que una muy burda e ignorante opinión de cierta derecha sociológica se imagina, «Podemos» ha sido puesto en juego desde dentro del núcleo oligárquico para consumar la lógica del régimen, legitimando en la opinión pública prefabricada la ampliación de los derechos sociales como añagaza que encubre las cada vez más deterioradas libertades civiles de carácter público, a la vez que juega a reforzar el carácter «plurinacional» del Estado, lo que significa su disolución.
Cambiar las reglas supone una cierta lucha, una metodología del conflicto, por más que se intente hacer creer que todo cambio es mejor si se propone y realiza pacíficamente. Ahora bien, nuevamente, ¿cambiar las reglas para qué? Y sobre todo, ¿cómo? Y lo que es peor, el nudo gordiano, ¿contra quién? Las reglas ya se cambiaron entre 1976-1978 para instalar a la actual oligarquía de partidos en el «nuevo» Estado, la que hoy quiere sobrevivir perseverando en la ilegitimidad de su usurpación del poder del Estado contra la Nación (que no contra unos ciudadanos que ignoran todo o que les interesa ignorar para vivir con la conciencia tranquila).
En abstracto, cambiar las reglas (el marco institucional al completo, una nueva Constitución y todo lo que esto conlleva de subversión de las relaciones de poder y dominación actuales en el seno del bloque oligárquico que ocupa las funciones estatales) significa promover un conflicto y una enemistad civil y civilizada contra el actual grupo en el poder (todos los partidos estatales sin excepción y los demás grupos de interés oligopolista que los controlan).
«Podemos» ha sido creado para simular este conflicto invalidándolo por anticipado: si estos desarrapados intelectuales y ordinarios oclócratas del escalafón inferior aspirantes a neo-oligarcas quieren cambiar las reglas de juego, eso quiere decir que nadie está legitimado para ello, pues los nuevos «revolucionarios antisistema» carecen de credibilidad moral y consistencia intelectual, exactamente igual que sus arrendadores. El régimen vigente se crea un «alter ego» tragicómico de disidencia y «subversión» incluso para anular preventivamente su propia «reforma» auto-indulgente.
Ahora las cosas han cambiado. Hay que contratar figurantes, comparsas y masas escenográficas. Ya no basta la logística reducida a círculos elitistas enterados en secreto de qué va el asunto de la gobernación. Además no es nada inverosímil que las «masas» escenográficas podemitas sean necesarias también para controlar desde fuera a la oligarquía hispánica.
La oligarquía española (cohesionada en torno a un bloque que une internamente lo económico-corporativo con lo partidista estatal) ahora está supeditada a los intereses de otra oligarquía mucho más poderosa y no menos amenazada (el capital financiero franco-alemán que controla el BCE y la mayor parte de la economía trasnacionalizada europea). Por el momento, tienen a un comisionado obediente que le puede durar un poco más, aunque en condiciones comatosas. Cuando esos intereses, en función de cómo evolucionen los acontecimientos hispánicos, lo decidan, la «Operación Syriza» se pondrá en marcha y da igual quién ponga el rostro y la retórica. Nos fijamos demasiado en las palabras y muy poco en la lógica factual.
Desde 2010 España es un enfermo en la unidad de cuidados intensivos. Lo peor para nuestra oligarquía hay que buscarlo en la gran desconfianza de sus protectores y patrocinadores europeos («¿estos tipos tan corruptos, incompetentes, incultos y arrogantes nos van a pagar lo que nos deben o colocamos a otros iguales pero todavía peores y sin embargo buenos pagadores?»).
Por ahora, la dejan hacer, siempre que el pago de intereses sea el correcto, se mantenga el orden público y la gente consuma lo necesario y lo superfluo sobre todo a cuenta de las importaciones necesarias para una economía como la española que apenas si produce una buena parte de lo que consume. Cuando haya que exprimir más a la población y hacerle tragar lo que sea convenido con vistas a la satisfacción de la deuda, la «Operación Syriza» se pondrá en marcha.
La pregunta que desde el otoño de 2014 no dejo de hacerme: ¿por qué y para qué la oligarquía ha decidido crear a «Podemos»? Y las respuestas son múltiples y contradictorias. Lo que debería producirnos cierta desazón intelectual es entrar en un juego falsificado de posiciones ficticias que sólo aplazan las cuestiones decisivas: podemita/antipodemita es la condición previa para recrear ese «neoconsenso» del régimen, que es lo realmente aborrecible y no los delirios retóricos, callejeros y «lumpem universitarios» de un grupo al que se le ha dado exposición para fines muy precisos. Yo, desde luego, no estoy para exorcizar a los endemoniados y meter sus almas en los puercos.