SONETOS A MI ESPERANZA (2010)

Es difícil definir el amor: puede decirse que en el alma es la pasión de reinar; en los espíritus, una simpatía; en el cuerpo, sólo un deseo oculto y delicado de poseer lo que se ama con todos sus misterios”.

(La Rochefoucauld, Máximas y sentencias)

 

 

 

Soneto I


Casi todos los libros he leído,

soy triste carne hastiada en cuerpo yerto;

me digo: “Habrá quizás un día cierto

para volverte un hombre decidido”.


Mi fuerza endurecida ha resistido

este círceo hechizo de su abierto

corazón joven, puro; mas, desierto

el mío, mi sangre alienta en su latido.


Del alma en lo muy oscuro un paroxismo

de otro ser que me apropia hay en reflejo,

de vida da señales en mi niebla;


para él todo se vuelve rastro y espejo,

todo es un laberinto que me puebla

monstruo innoble contrario de sí mismo.



Soneto II


No sé en qué ha consistido mi sosiego

desde que en largas horas se demoran

mis miradas en ti, y rememoran

tu mirar, que me asedia en suave fuego.


Sólo por verte una vez más, me entrego

a un rito fascinado en que te exploran

mis sentidos, y avaros atesoran

irisado fulgor con que me ciego.


Un alma encadenaste con dulzura

inhabitual, mas libertad rendida

tan tuya es que amará su suerte oscura.


A tal envite llama esclarecida

veleidad, que contiende con la usura

de una vida que es sólo media vida.



Soneto III


Invierno, dejo pose del lamento

que duerma en quejumbrosa, fría entraña,

pues mi tiempo ya es lloro en que se extraña

deseo de cuya hambre me alimento.


Pálidas esperanzas, yo no siento

tanto el perderos cuanto esta cruel saña

con que el lenguaje del amor me engaña

y me entrega a intrigante descontento.


Ya en la gris lontananza y espaciosa,

ya en la azul cercanía resplandezcan

puros brillos del cielo, en bellos claros


que se abran, o entre nubes aparezcan:

así se escruta el gesto de una diosa

rogando si querrá al fin o no amaros.



Soneto IV


Entre tanta maleza y este veneno

de los más pudorosos, castos días

(ojos enrojecidos, manos frías)

hay raíz de mandrágora en mi seno.


En la boca sabor tengo al vil cieno

del paraíso en que crecen tan baldías

esperanzas y penas y ansias mías:

mas nada torcerá un gesto sereno.


De encantamiento tal sólo redime

el canto que vincula la potencia

atándola a la voz, que vela oscura


mi corriente dormida, en esta influencia

o imagen de la muerte, que me imprime

de un sueño la soñada mordedura.



Soneto V


Quizás conocerás, mujer discreta,

años mejores, días más febriles:

para dejarte amar, dulces otoños

y primaveras para amar tú misma.


Tu edad es de mujer la más preclara;

esplendor que atardece es más sensato;

intensidad que espera, más se adora;

delicadeza de alma siempre luce.


El tiempo apresurado no te espante,

porque es tan sólo posesión futura;

si quieren, no se oponen corazones


que granan en renuevo más templado,

más allá del apremio de la vida,

en contra del hastío de su empeño.



Soneto VI


Por bien amada perfección se sufre,

pero el amante sabe que la imagen

bien amada en retorno no devuelve

sino el juego fatal de fantasía.


Amarla es ser de nada dueño iluso,

tejer y destejer mil noches blancas,

aventar su recuerdo con su olvido,

llorar palabras lágrimas burlando.


Pero he vivido hermosas primaveras

que lánguidas llegaban a mí siempre

como citas un poco indeseadas.


Tiempo muerto resistes solitario,

corazón bien forjado en tanta espera,

su imagen bien nacida en la memoria.



Soneto VII


Hermosísimo invierno de mi vida,

reparé tarde y mal en tu presencia;

bondad oscura, lúcida inocencia

para esta madurez no redimida.


Nuestro tiempo renace, amar no olvida

ser bálsamo a contraria resistencia,

fiando en dádiva pura la existencia

con otro amar honesto y sin medida.


Un solo amor queremos llamar cierto:

descanso fiel del corazón dañado,

del que una sola vez fortuita nace


(tantas otras perdida en desconcierto

y aflicción de mal sueño inacabado)

verdad que un más hermoso don nos hace.



Soneto VIII


Desvelado, huido pensamiento,

a fantasía dulce te abandonas:

perdiste tu valor, ya no razonas

sino para atraerte tu tormento.


Mi pensar frágil, ¿qué te da contento

cuando, traidor y descortés, te enconas

contra una imagen a quien no perdonas

la ufana poquedad del sentimiento?


Has inventado un mundo enloquecido,

con voces que eran ecos de dolores,

a cuya verdad cruenta resistías.


Pero ahora, cegado y desvalido,

sus contrarios puñales de furores

te llenan de rencor manos vacías.



Soneto IX


Resentimiento estéril con la vida

aparta de nosotros la ternura,

sus lágrimas derrama en la blancura

de un afecto callado en despedida.


Quien tanto ha esperado, nunca olvida

que toda reciedumbre no madura

sino en adversidad, a cuya dura

ley siempre se somete la partida.


La eterna imprecación en llanto de ira

mis cielos arrojó a la loca errancia

de un ciclo en que se igualan resta y suma.


Amor, nunca eres más que exhausta pira

de fuego fatuo, donde se consuma

en pérdida fatal toda prestancia.



Soneto X


Destemplanza del ánimo ya frío,

están velados gélidos espejos;

un vivir desmañado, falso, impío

mal se envanece con vestidos viejos.


Fue temerario el que afectó ilusiones,

del deseo puro hizo una emboscada;

pero ofendió el pudor de sus canciones

siendo contra sí pecho y puñalada.


Un caos dentro el alma resentida

no supo volver cielo constelado

o apagó sus estrellas a medida


que el azar se ofreció en lo ocultado:

mente vaga, tediosa y engreída

se extravió insana en sueño malhadado.



Soneto XI


Si he concebido amor de tu belleza:

lo confieso, fue en rapto de abandono;

con pesar pagaré, el más largo y duro,

arrobo tan ingenuo e insensato.


Ser me has hecho animal que, perseguido,

aguardara tu herida en mi ciega huida;

mi osada obcecación ya me maltrae

con lucidez insomne y malcontenta.


Mi tiempo se desliza hacia una nada,

tu imagen más sincera soy y tu espejo;

pero helado rencor contra mí mismo


me devuelve a la nada de mi origen:

sin dar satisfacción ni dulce prenda,

en mi ser propio muere amor conmigo.



Soneto XII


Lo que buscaba, perdido en la oscura

maleza abrupta del tiempo incumplido,

disciplinando el indómito cuerpo

con la pasión que mordió el alma estéril.


¿A quién volver la mirada afiebrada

para olvidar la verdad recelosa

que se ocultó de un amor en la ciega

traición a sí y al destino orgulloso?


De heridas ásperas, ya piel curtida

sabe obtener tanto mejor trofeo:

dolor es bálsamo a una vida altiva.


No amar el bien desconocido, Circe

del desafío, seducción de fuertes,

es cobardía de serviles hombres.

 

INFANTES, enero-mayo de 2010

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