HEXE (INFANTES, 2009)

 

Cuando quedaban mujeres 

en tierras envejecidas 

y demográficamente saturadas, 

a las que había que iluminar con luz eléctrica 

para resaltar su angélica feminidad 

o su demonismo atávico 

(en cualquier caso, una diferencia afortunada 

que unos hombres huecos habían olvidado) - 

el apenas disimulado claroscuro de la “vagina dentata” 

se proyectaba sobre multitudes 

a las que el tedio industrial y la “Herrschaft des Arbeites” 

arrojaba hasta los cinematógrafos 

que olían a traje apolillado de funcionario,

más o menos en la época de “Lili Marlene”, 

en el otoño catastrófico de 1942, 

cuando el cerco de Stalingrado - 

la dulce espía alemana 

y el sobrio poeta castellano, falangista vacilante 

(¿qué hacía un hombre tan mal dotado 

en una guerra de hombres?), 

en Ronda, la ciudad rilkiana, 

entonces bienaventurada 

por la ausencia de turismo cultural, 

sí, ellos dos a solas pasaron días y noches 

(¿quién lo diría?) 

de los que nadie debería guardar memoria, 

salvo quizás la mente universal del poeta, 

y su discreción será respetada.


Hoy, en un mundo petrificado, 

en el que los viajes de diseño 

sustituyen a la aventura personal, 

la bruta indiferencia de la rutina 

a la coquetería espiritual, 

el exabrupto banal, la broma meliflua 

o el educado ademán apenas perceptible 

de no sentir nada a propósito de nada,

normas del cinismo más perspicaz; 

con la fotografía presente 

de aquella Hexe, 

Podewils de abolengo periclitado, 

signo de una Europa acanallada, 

pero aún con fuerzas para un último heroísmo, 

al servicio ella de cualquier causa 

(como todos nosotros, con o sin prosapia ilustre, 

pero igualmente merecedores de la ofensa), 

pienso en el final de un tiempo 

y en la renovación del tiempo por venir, 

el dolor y la alegría se funden en un gesto amistoso, 

que desearía dirigir a quien más adelante leyera esto, 

cuando ya la vida haya dejado de agitarse en la nulidad. 


Como la de esta mujer 

que por un solo momento de estupor y desconcierto 

me ha hecho volver a sentirla viva, 

con su olor, su voz, la música secreta 

de sus gestos y movimientos más singulares: 

sus hombros y su busto estrechos, 

los ojos de azul oscuro como lago de alta montaña, 

el noble perfil antiguo, 

casta bien lograda a través de los siglos, 

mezcla confusa de las sangres, los cuerpos y los espíritus, 

en actos de amor auténticos o fingidos; 

pequeño pecho, 

como el de toda mujer con alma, 

que respira, sonríe, mira y ama sólo a través de ella, 

como su piel más delicada y segura; 

labios sensuales, no muy marcados, 

de niña tenaz y caprichosa; 

mentón y pómulos bien delineados, 

poderosos y bellos como su raza, 

la que por breve tiempo 

-tal la fugacidad de una tarde de invierno‑ 

se reflejó intensamente sobre su rostro, 

pues la pasión profunda no es común a todos.


Espiritualizar la general rapacidad de todo deseo - 

hacerlo muy pocos saben, 

pero luego hay que vivir como un perro doméstico 

al que arrojan las sobras 

de los advenedizos, los esnobs y los superfluos.


INFANTES, noviembre de 2009

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