Evocar la palabra griega “parrhesía” me parece conveniente. Concepto comprometido, hermosa práctica histórica, traducción difícil.
“Libertad de palabra en el espacio público” suena a anacronismo interesado, porque asimila la noción griega a la fraudulenta “opinión pública ilustrada” de origen burgués y liberal, noción con la que ya Carl Schmitt luchó a brazo partido propinándole un sustancioso vapuleo crítico en su ensayo sobre el parlamentarismo como forma de gobierno.
Es mucho más que eso: es el ejercicio de la palabra plena, en su capacidad de desnudar las apariencias de los velamientos de interés bastardo con que los hombres gustan adularse entre sí para eludir así su sometimiento necesario en el orden social y político. “Decir lo que es” no como opinión personal sino como manifestación de lo que no contradice nuestra percepción común de hombres juiciosos.
Si el periodista actual osara tanto…
En la corrompida prensa del vigente régimen español de 1978 el columnista es el oligarca-rey entre la plebe de opinadores que en los medios reproduce esa difusa opinión pública, mezcla de desinformación, incultura política y esnobismo diletante de «lector exquisito».
Sólo bajo unas condiciones políticas determinadas, como las que padecen los españoles, entre quienes no existe la menor libertad de pensamiento ni ganas de ella, el columnista profesional puede ser tenido en alguna consideración, quizás porque la Babia política del español medio, cuasi-cultivado, cuasi-analfabeto, necesita ser halagada por estos grafómanos profesionales cuya vanidad a su vez necesita algún reconocimiento público masivo para mantener la cabeza serena siempre dispuesta a su vez a estimular a algún sector de la opinión o a algún oligarca innombrado.
Y así se dan la mano en gesto de amorosa conversación un columnista que entiende muy poco de política, aunque puede construir lustrosos símiles, y un lector aleccionado de trivial política consuetudinaria, que no entiende nada de política pero puede disimularlo alegando que lee con asiduidad a tal o cual columnista, declarando además que está al tanto de su «estilismo» para entendidos, y así todos contentos… pues cada uno protege la indigencia del otro y ambos juntos, público y columnista, la indigencia de la clase política a cuya involuntaria «vis comica» se debe todo el enredo.