LA DESIGUALDAD, EL ENIGMA Y LO TRÁGICO

No acabo de entender (finjamos aquí una digna ingenuidad socrática) qué quiere decirse cuando se habla de pobreza y desigualdad.

La desigualdad llamada «económica», es decir, de renta, patrimonio y poder adquisitivo, es una cosa conceptual muy, muy moderna y por tanto muy superficial, difícilmente concebible en sociedades tradicionales e históricas bien constituidas, en las que esas categorías se dan con el nacimiento y se transmiten con él, como la belleza, la fuerza, las predisposiciones agresivas o las contrarias, la cultura y las aptitudes para el mando.

Sí, mucho me temo que la cultura judeocristiana nos ha hecho perder de vista un acontecer humano tan evidente como el de la esencialidad de la desigualdad enigmática e irresoluble entre los hombres. Ya Caín y Abel no eran igualmente queridos por Dios, quien prefería a uno de ellos. El origen del crimen, y de la Historia, es esta diferencia de elección divina que engendra el odio entre hermanos y la «envidia igualitaria» que denuncian los ideólogos conservadores.

La desigualdad como campo de debate teórico-político es un tema específico de las muy peculiares sociedades capitalistas actuales, apenas un suspiro en la Historia del hombre civilizado, sociedades, en fin, que han disuelto todos los valores en una forma abstracta y vacía, el dinero. Ahora bien, la abstracción del tipo de «riqueza» representada por el capital no hace ostensible lo que hay detrás de toda riqueza anterior al capitalismo industrial y financiero moderno: el preexistente orden jerárquico hereditario en torno a los derechos de apropiación sobre la tierra.

La desigualdad, como nosotros la concebimos y nos la representamos bajo las categorías capitalistas de pensamiento, habría dejado boquiabierto y perplejo a un «aristos» ateniense o espartano, a un patricio romano o a un señor feudal europeo, incluso tal vez a los primeros grandes burgueses y aventureros capitalistas hasta bien entrado el siglo XVIII.

Si somos sensibles a algo como lo que nos representamos mentalmente como «desigualdad» es porque creemos en una esencia genérica humana idéntica y presente en todos los hombres en todo momento (el Hombre como Idea platónica o ser suprasensible, un Hombre que subsume la pluralidad infinita de ejemplares que han existido, existen y existirán). Esencia a su vez moralizada como una «dignidad» tautológica en la que el sujeto y el objeto de reconocimiento moral son el mismo Ser suprasensible y deificado como Hombre.

Hoy, dadas las condiciones de precariedad mental generalizada, todo esto se ha trivializado mucho, y por supuesto, se habla de «empatía social» y cosas así, porque también quien habla de «desigualdad» habla desde su término opuesto, invertido y complementario, es decir,  la «igualdad» sublime e ideal.

Pero nosotros, bien aleccionados por la Historia, sabemos que quienes sostienen estas venerables ideas teológicas secularizadas sólo son los candidatos a entrar en el escalafón superior de la Burocracia de Partido, que, bien entendido, es el mejor instrumento de lucha contra la «desigualdad», pues todo Partido del Estado, cualquiera que sea su orientación o inspiración, tarde o temprano quiere convertirse en un Procusto, y Procusto ha sido siempre, junto a algún otro hijo de rabino centroeuropeo desarraigado, el Ideólogo de la Santa Burocracia de los Homogéneos en esta lucha mundana por el Advenimiento o Parusía del Verdadero Mesías y el Dios verdadero.

España, hace tiempo, es un alumno aventajado de esta barbarie igualitaria promovida por una burocracia que ha convertido la sociedad española en un “Juego Arbitrario del Escalafón”. Razón por la cual, interiorizada como sacramento laico la virtualidad universal del escalafón abierto sólo a los elegidos, con o sin plazas de reserva y méritos de baremación dudosa, Pablo Iglesias pudo regalarle a su Majestad Augusta, el “pack” de la primera temporada de “Juego de Tronos”..

Amigos del Hombre, hay un mundo bolchevizado entre el Cielo y la Tierra que vosotros no véis porque está oculto tras categorías economicistas de un origen demasiado cercano a vuestro propio mundo que describís e interpretáis sin comprenderlo.

 

 

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