La serie televisiva “Lo que escondían sus ojos” presenta la imagen de la España de Franco a través de una trama vagamente folletinesca basada en un “amorío” entre notables personalidades y a partir del cual se tejen los lazos que llevan al nacimiento de Carmen Díaz de Rivera, la nombrada, pretenciosa y servilmente por Umbral, como “musa de la Transición”.
El documental sobre el último capítulo de la serie contiene los “testimonios” de Rafael Ansón y Juan Luis Cebrián que se presentan a sí mismos como “resistentes” a la dictadura y portavoces de la democracia “avant la lettre”.
El maquillaje de la carrera de todos los oportunistas es universal. No hace falta mucha imaginación ni mucha perspicacia para percibir que la figura de la adolescente fruto de una relación ilícita se presenta como modelo de un tipo de condición moral y conducta vital muy determinadas y localizadas en ciertos grupos y clases, e inconscientemente lo es, desde el punto de vista de los guionistas, o quizás incluso esa venga a ser la intención última de la serie, la de justificar esta bastardía como símbolo de la forma política del régimen que se incubó dentro del propio franquismo y advino, como el Espíritu Santo a los apóstoles, en forma sensible de “democracia avanzada”.
Todos estos personajes situados, y muy bien situados por cierto, en la intimidad de las mejores posiciones dentro de los diversos aparatos del régimen franquista, los “reformistas” oportunistas obtienen a través de esta serie un suplemento de “verdad histórica” esbozada como una descarnada apología de esta corriente subterránea que pronto se haría con el control el Estado franquista para desguazarlo y repartirlo por piezas (prensa, sindicatos, instituciones administrativas, oligopolios públicos, cajas de ahorro…). Todo en la serie apunta y va en el sentido de prefigurarla y preformarla para otorgarle los beneficios morales de la contestación y la disidencia desde la legitimidad plebeya de esa bastardía simbólica.
Todo es completamente falso, puesto que todos estos reformistas del franquismo se limitaron a retirar las fotografías del Caudillo muerto y enterrado para mejor conservar los privilegios de clase, ampliarlos, volverlos a legitimar con mayor solidez y, en el aspecto formal, reconstitucionarlos en una forma política institucional al margen de los intereses generales de la Nación. La serie como tal es, en la exposición de su secreta intención, una relectura del pasado en el que las claves de la intriga sentimental están al servicio de esta impura sublimación narcisista y autoerótica de los reformistas del franquismo.