NOTAS A UN ARTÍCULO DE FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
“La crisis que sigue mereciendo el PSOE”
Libertad Digital, 2 de octubre de 2016
El artículo de Losantos está escrito desde los supuestos erróneos o abiertamente fraudulentos de que el régimen español es una “democracia liberal” que se opone a “los populismos plebiscitarios” (sic). El concepto de “democracia liberal” es un invento de los estadounidenses para reciclar defensivamente los Estados de Partidos europeos identificándolos fraudulentamente con su propio sistema de poder encarnado en la forma de la República presidencialista con genuina separación de poderes del Estado. La “democracia liberal” es un concepto ideológico puro enfrentado al de “democracia socialista”.
Ambos carecen de teoría histórica fundacional. La “democracia burguesa” que denunciaban los comunistas era simplemente un parlamentarismo, primero con sistema mayoritario y elección personal de notables. A partir de la República de Weimar, como prototipo y modelo, con sistema proporcional de listas de partido y partidos en proceso de estatalización.
Madison y Hamilton hablaron de “democracia representativa” poniendo el acento en la formación del poder legislativo a partir de la representación real del electorado en la forma de distritos muy pequeños con candidato individual y con derecho de revocación por parte de los electores. Jamás se habló en EEUU de “democracia liberal”. Este es un concepto de la Guerra Fría, gracias al cual se constituyó la alianza entre democracia cristiana y socialdemocracia como herederos y gestores de los Estados fascistas destruidos por la guerra.
El PSOE no pervirtió la división de poderes en 1985: ésta no existía ni antes de la Constitución del 78 ni después, porque sencillamente la división de poderes a la que se refiere Losantos es una división funcional y formal, no sustancial y constitutiva de los poderes del Estado. La verdadera división de poderes se lleva a cabo en origen, es decir, mediante fuentes de legitimación distintas en elecciones distintas, como sucede en el modelo de la Constitución de EEUU de 1787.
En cuanto al poder judicial y la doctrina “Montesquieu ha muerto”, plantea un falso debate. El PSOE formalizó la dependencia de la elección de los órganos de gobierno del poder judicial entregándosela a los partidos, tal como estaba previsto implícitamente en la Constitución de 1978. El PP ha mantenido el sistema y lo ha corrompido todavía más, cosa que al menos Losantos reconoce, pero jamás ha propuesto, que yo sepa, una reforma o un cambio radical. Losantos jamás, salvo muy de pasada y a instancias de lo que conoce del pensamiento de Trevijano, ha propugnado la separación real y auténtica del poder ejecutivo y el poder legislativo. Montesquieu se refería originariamente a ésta y no en ninguna manera a un supuesto “poder judicial independiente”.
Losantos legitima de modo grosero la existencia de Ciudadanos, financiado y creado por el Ibex, como contrapunto de la financiación de Podemos por parte de potencias extranjeras. Es demagógico o algo peor decir que Ciudadanos tiene más “legitimidad” o justificación para existir que Podemos porque quienes lo han creado son los accionistas que dan trabajo a miles de personas en España.
Negar que lo que ha ocurrido en el PSOE a primeros de octubre de 2016 es un golpe de Estado es simplemente negar la realidad de los hechos, por un puro prejuicio personal. La acusación de incoherencia al PSOE no tiene más fundamento que la acusación de lo mismo al PP: ninguno de los partidos necesita ninguna clase de coherencia ideológica o moral porque ninguno de los dos tiene ni ha pretendido tener coherencia ideológica ni representar ningún principio de moralidad pública.
Estos partidos, en tanto que estatales, sólo tienen una verdadera y secreta ideología y una moral privada que es el verdadero origen de toda la corrupción que los mantiene en pie: la del propio Estado, es decir, la de su expansión multiplicada a favor de los intereses de ambos partidos: patrimonialización del Estado y monopolio de todas sus funciones y competencias. Esta es su única ideología y su única práctica, si puede llamarse así. Lo demás es propaganda para los votantes ya convencidos, para las clientelas electorales y los ignorantes de la vida política real.
El párrafo que empieza “Porque no hay ningún motivo para inventar la historia de un PSOE importante para España que jamás ha existido, para considerarlo un puntal del sistema democrático que ha reventado cuando le ha convenido…” es sustancialmente correcto.
Pero luego la argumentación vuelve a ser fraudulenta. La cita de Pablo Iglesias podría ser atribuida a Lasalle o Kauski en Alemania, o a Jaurès en Francia, a Lenin en Rusia o a Gramsci en Italia. Todos los partidos socialistas, luego escindidos a raíz de la Revolución bolchevique, eran partidos oportunistas y posibilistas y su eje de acción nunca fue la Nación política de origen sino el mito de una clase obrera unificada contra la clase dominante dueña del Estado.
El problema de la Nación, identificada a su vez con el Estado, sólo estalló en 1914 a la hora de decidir la actitud y posición del movimiento obrero a propósito de la participación de las masas en la guerra. La mayoría de los partidos se escindió en dos corrientes, nacionalista e internacionalista. La dominante fue la corriente nacionalista. En España, al no intervenir en la guerra mundial del 14, el movimiento obrero no tuvo que plantearse este conflicto, lo que le dio mayor fuerza virtual para enfrentarse a un Estado y a una clase dominante que muy pronto, atemorizada por las grandes huelgas de 1917 y el pistolerismo anarquista, los llamó a colaborar con el gobierno de Primo Rivera, sobre todo en los comienzos de una legislación laboral ya por entonces copiada de la “Carta del trabajo” de 1926 de Mussolini.
Lo diferenciador es que las masas campesinas y obreras de otros grandes Estados nacionales europeos estaban realmente nacionalizadas por las clases dirigentes, en especial en Alemania gracias a la inteligencia providente y genial de Bismarck, mientras que en España, el socialismo o el anarquismo pudieron campar a sus anchas y volverse contra la Nación en 1934 y 1936 porque las clases dirigentes y dominantes españolas ni habían construido la Nación desde hacía un siglo antes ni habían sabido ni querido nacionalizar a las masas al utilizar la religión católica como medio de socialización de las clases campesinas y obreras, error que no cometió ninguna otra clase dominante europea. La nacionalización y la socialización de las clases dominadas sólo la puede llevar a cabo un Estado secular poderoso y autolegitimado en sus propios fundamentos con una sólida ideología nacionalista, al margen de las Iglesias estatales y al margen de las Iglesias Universales (catolicismo).
En España fracasa la nacionalización de las clases dominadas, lo que da alas al PSOE para poder enfrentarse directamente al Estado de las clases dominantes, desafiarlas e incluso estar a punto de subvertir el orden estatal a través de la Revolución de 1934 y 1936. El PSOE de 1976-1978 hasta llegar al día de hoy nada tiene que ver con esta dialéctica histórica. Referirlo e identificarlo con ella es una argucia ideológica, un señuelo, que Losantos realiza con gusto e ingenio para contribuir al enredamiento ideológico necesario para mantener la ficción de polaridades y antagonismos difuntos, gracias a los que la derecha sociológica se cree su propia historia victimista y a la vez “gloriosa” (justificación implícita del golpe contrarrevolucionario de 1936).
Mantener el hilo de continuidad de esta Historia es una forma inconsciente de sostener una dialéctica histórica falsa en cuanto está muerta hoy en la distribución de los poderes sociales actuales y en la estratificación de clases. Oponer este discurso al izquierdista es un error fatal, porque los derrotados en una guerra civil, reprimidos en una dictadura de los vencedores, luego “reconocidos” supuestamente como colaboradores de una “democracia liberal” (ver arriba la incongruencia) es una estrategia estéril que vuelve insuperable un horizonte histórico del que sólo puede emerger el delirio ideológico y la ceguera política.
La narración de la historia del partido socialista entre 1993 y la hora actual es muy discutible o abiertamente rebatible, porque Losantos afirma: “Tras la Transición, obra de la Falange y el PCE, el PSOE renovado se encontró al frente de la Oposición. Y al perder dos elecciones se lanzó de cabeza a la conjura militar del Rey contra Suárez que acabó en el 23F. Llegó al poder, pareció eterno, pero al comprobar que podía no serlo, se produjo la deriva populista y corrupta del felipismo. Fue en las elecciones de 1993, cuando ante la amenaza real del PP de Aznar, González decidió seguir a toca costa en Moncloa para evitar el banquillo por el GAL. Con PRISA como supermatón y el CESID de Serra como cloaca máxima, González rescató el guerracivilismo identificando al PP con el doberman nazi; denominó franquismo al liberalismo…”
Losantos omite lo principal y a partir de ahí todo es un “flatus vocis” lleno de mala fe y unilateralidad a favor de una tesis preconcebida: la maldad innata del PSOE. Omite que el PSOE es el resultado de un pacto y un acuerdo secreto de la clase política franquista (en modo alguno de la Falange, cuyos cuadros medios absorbió) y de la propia oligarquía financiera, y que dentro de este acuerdo el PSOE tenía asignadas funciones ideológicas muy precisas para controlar a unas masas de las que no se sabía qué esperar.
El discurso “guerracivilista” era una de esas funciones necesarias para controlar a estas masas, mediante una evitación preventiva del posible resentimiento social que podría engendrar la crisis galopante de los años 70. Después de 2008, y gracias al discurso ya oficialmente reconocido con Zapatero, “Podemos” ha logrado revitalizarlo pero siempre en el mismo sentido: inhibir por los símbolos o los significantes vacíos la verdadera recrudescencia del resentimiento social, redireccionándolo hacia asuntos del pasado para mejor enterrar las disfunciones del presente.
El PC no desempeñó más que un papel de comparsa para asustar a las viejecitas con rosario y otros especímenes retrógrados, mientras que el poder electoral auténtico se le entregaba al PSOE, para iniciar este baile de salón entre una pareja civilizada de amantes y cómplices en lo que sería el gran reparto del botín por piezas del Estado franquista, ahora reconvertido desde la vetusta “unidad nacional” a una “multiforme” pluricomunidad regionalista y nacionalista, donde se produjo hasta el día de hoy el fenómeno de la oligarquización de todas las funciones estales patrimonializadas por ambos partidos y sus socios nacionalistas. Esta es la Contra-HISTORIA que hay que contar y no la ficción para niños tontos que cuenta Losantos.
La derecha franquista, que hoy es el PP en estado puro, en el sentido de un reaccionarismo banal y defensivo de un “estatus” aquietado en la reproducción de relaciones políticas ya superadas, es la que ha creado “ex nihilo” al partido socialista actual y lo ha inventado como su compinche y su cómplice, su gemelo y doble espiritual y ambos constituyen un Jano bifronte. Este factor decisivo de la narración, Losantos lo omite porque se dirige a un público que pretende ignorar esta complicidad de fondo, sin la cual el régimen no se reproduce en los términos de una hegemonía electoral siempre ficticia, pues al no haber representación real, los intereses de cada grupo social están reasignados desde arriba, identificados con cada uno de esos partidos, pero en modo alguno articulados ni expresados: asignar desde la derecha sociológica el papel de villano al PSOE permite mantener las filas de los genuinos herederos del franquismo, que deben votar en bloque a la opción más “moderada” (es decir, la que es la más destructiva y la más traidora al Padre Fundacional).
Losantos omite igualmente la naturaleza y el trasfondo del problema territorial, reduciéndolo al expediente acomodaticio que contiene la imagen de un PSOE antinacional, lo que según lo ya afirmado en la contrargumentación anterior tiene sentido si y sólo si a continuación se añade: es antinacional como lo fueron sus creadores, es decir, la propia derecha franquista fue y es antinacional, porque sólo así puede concebirse la lógica interna del título octavo: la entrega del poder estatal fraccionado a todas las oligarquías sociales y económicas regionales, que a su vez fueron integradas por los partidos, tanto nacionales como nacionalistas fraccionarios. Esta es la otra cara de la verdad que Losantos oculta y al ocultarla deforma por completo la verdad del proceso histórico español de los últimos cuarenta años, y ello tan sólo para hacer que el PSOE juegue el papel del gran villano en esta película cuyo guión Losantos escribe a mayor gloria de…la misma derecha que por otro lado critica y al criticarla enaltece “cum laude” inversa.
Losantos acaba el artículo ahora presentando en escorzo y con plano panorámico al otro gran malvado de la película, el buitre carroñero que espera para devorarnos y de cuyas garras sólo unas renovadas fuerzas “constitucionalistas” podrán salvarnos, “porque sólo allí donde el peligro crece está lo que salva”. Apoteosis wagneriana del régimen del 78, digna de mejor causa:
“Pero lo peor no es que el PSOE merezca, por su deserción nacional, esta crisis, sino que ha contagiado al PP de su misma enfermedad. Ahora se verá hasta qué punto PSOE y PP son capaces de luchar por la hegemonía de la Democracia, la Nación y la Constitución en unos medios entregados a Podemos…”
No hay ninguna deserción nacional de nadie. El régimen del 78, en su totalidad, en su proceso, en su dinámica y en su estática, en todas las virtualidades que aún pudiera desplegar, él y sólo él es el enemigo de la Nación. Quienes ocultan esto y juegan con las sombras chinescas de los partidos buenos, malos y neutros, es un impostor al servicio de intereses ciegos y destructivos.
Escribir la última frase, a sabiendas de que no existe ninguna democracia formal en España, que la Constitución es un papel mojado sin ningún valor normativo y que así ha sido reconocido reiteradas veces por la práctica cotidiana de todos los partidos que ocupan impunemente todos los órganos del Estado, usurpando la representación verdaderamente nacional, cercenando toda libertad política colectiva, que sólo puede expresarse mediante la elección directa de representantes y de gobernantes, sin mediación de partidos estatales ni listas de partido, expresarse de tal manera haciendo creer que ahí, en ese turbio discurso impostor está viva la defensa de la nación, eso es un crimen de pensamiento y una cobardía por ignorancia voluntaria.