Durante la enfermedad de Lenin a consecuencia de las heridas de un atentado, Stalin solía visitarlo para consultar aspectos de la política del día a día.
En una ocasión, Lenin, ya al borde del último colapso, inquieto por lo que se rumorea en el Partido sobre la tosca y brutal personalidad del georgiano, le pregunta sobre qué haría él si estuviera en su lugar a propósito de cierto asunto.
Stalin, gabán a la medida, todo blanco como mariscal del terror con que sueña vengar ofensas pasadas, le responde. «Yo, si me encontrara con un tronco en mi camino en medio de la carretera, me bajaría del automóvil y lo apartaría cortándolo a hachazos».
Lenin escucha pensativo y asiente con la cabeza, pero a la vez se dibuja en sus ojos una sombra mezcla de hastío y horror. A partir de esta analogía, que no es trivial, de nuestro presente con un mero gesto del pasado imaginado, adivinen quién es el que maneja el hacha y quién es el tronco en medio de la carretera.
Lo decisivo no es el arcaico juego derecha/izquierda, sino saber elegir en qué lado de esta terrible relación sujeto/objeto quiere estar uno. La derecha política y sociológica jamás ha entendido ni una palabra de este “juego”.
Nosotros somos el más perfecto producto de una mentalidad social incapaz de concebir el tiempo histórico, es decir, la acción de lo negativo como fuerza activa.