En el zoológico de la ciudad provinciana había una nueva atracción.
El camello de tres jorobas tuvo cierto éxito entre el público infantil, que se entretenía alimentándolo con bellotas y castañas.
El tigre siberiano ya no era tan popular, después de devorar a un niñito de cinco años como aperitivo de sobremesa.
En cuanto al orangután de Sumatra, estaba viejo y desdentado y sólo sabía rascarse los ostentosos genitales, lo que irritaba a las jóvenes madres cuando paseaban por el recinto acompañadas de sus hijos pequeños.
Así que se intentó hacer hablar al camello para regocijo de la pueril concurrencia, pero éste seguía prefiriendo rumiar las bellotas, que los niños le arrojaban al salir del colegio, aburridos y prófugos de la libertad condicional que un sistema escolar, carcelario pero igualador, les permitía.