«El último español sobre la Tierra se disponía a entregar su alma al Espíritu Creador. Como no sabía qué decir en el momento exacto de morir, sólo se le ocurrió declarar, mientras soltaba un estridente cuesco lleno de agradecimiento a su Benefactor: «Oiga, señor, bedel o lo que sea su Ilustrísima Señoría, ya si eso en la próxima reencarnación le rogaría muy humildemente que se digne a ver si no me hace nacer español, francés no estaría mal e inglés sería ideal, pues tengo el hígado hecho polvo y eso que me ahorraría». El Espíritu del Mundo lo volvió a hacer nacer español, pero apiadado de él le dio la virtud de la risa, que compensó con un muy acendrado sentido del ridículo.»
(Extracto de una Enciclopedia Apócrifa sobre Mitos Hispánicos)
Hay verdades placenteras y verdades desagradables. El hombre sabio está abierto a ambas y no disimula el displacer que le producen las segundas con mentiras. La mentira es artificio de supervivencia y adaptación al medio; la verdad está ahí, escondida, aleteando como paloma enjaulada que hay que liberar. Y cada hombre elige ser carcelero o liberador de sí mismo y de los otros.
Se nace libre, uno se encadena por la pura pereza del hábito, sobre todo en el pensar esto es cierto. El verdadero demócrata ama la libertad del pueblo, no al pueblo mismo que no sabe ni quiere defenderla, no porque no la conoce sino porque es demasiado perezoso para conocerla y defenderla. En todo caso, hoy el pueblo español es víctima de su pereza, no de ninguna opresión ni de ningún engaño: la realidad política está desnuda a la vista de todos y no se necesitan teorías ni conceptos para conocerla tal como ella es en sí misma. No asumir la libertad es responsabilidad directa de cada hombre en cada momento de su vida. En el caso de la libertad política, esto es todavía más grave y decisivo, pues afecta a los no nacidos.
En la España política oficial bajo este Régimen de 1978, todo el acontecer y todo el discurso en nada se diferencia de la vivencia íntima de un enfermo mental grave recluido en un centro de internamiento: también nosotros escuchamos «voces», sentimos «presencias», vemos «espíritus» y creemos que nos «persiguen» extraños seres investidos de mágicos poderes de encantamiento. Por lo demás, el esquema de la vida cotidiana es una suerte de rutina alucinatoria apenas distinguible de la realidad. La medicación, por supuesto, nos la proveen los medios de comunicación de masas, pues no hay delirio que no deba ser acompañado de las mentiras terapéuticas de los profesionales.
Hemos entrado en España en un periodo «prerrevolucionario». Poco importa que nadie haga el menor esfuerzo para endenderlo. Desde el momento en que es posible concebir la libertad política colectiva a partir de un nuevo estadio de conciencia, todo cambia, incluso contra la percepción general, que ya ha declinado desde ese mismo momento ante un saber superior. Todo el acontecer político se abre ahora secretamente sobre un periodo de Interregno que ya nada puede llenar desde dentro de un Régimen de poder circunstancial que ha pretendido perpetuarse más allá de lo que sus materiales y recursos humanos e institucionales le permitían. Ahora ya todos sospechan que las cosas son muy distintas a como se las han contado en forma de fábulas para niños y consejas de vieja. Nunca hay que despreciar el salto cualitativo de conciencia en el silencio de las masas.
¿Qué hace una clase dirigente cuando pierde la cohesión interna y se desagrega de sí misma y empieza a segregar purulencias en forma de opciones políticas irreales, fantasmales, advientos y distopías diurnas, maceradas largo tiempo en sustancias alucinatorias, como aquéllas con que nos han infestado? Su único proceder para mantenerse en el poder, cuando ya no puede encerrar a la población en su cárcel mental, es el más puro amedrentamiento de masas, como puede observarse en “la estrategia de la tensión” que ya se ha puesto en marcha: español, no te exhibas en público, no te muestres en tu desnudez, no digas tu nombre en voz alta, o bien algo desagradable te pudiera ocurrir.
El final de un sistema político es, pese a todo lo que pueda decirse, la experiencia colectiva más apasionante que pueda llegar a brindarnos una época. Los españoles no saben gozar de este espectáculo, como tampoco saben predisponer su espíritu y su conducta ante lo que está por venir, enredados como están en viejas cobardías hereditarias y nuevos complejos acomodaticios. Hay algo «estético» en esta agonía, algo que estimula intelectualmente como pocas cosas. Sólo por ver la bajeza de este acontecer diario entre arenas movedizas que nos hunden un poco más a cada momento, merece la pena ser observador de la muerte de lo que se ha odiado y despreciado. Que los poderosos inicuos, en su inconsciencia soberbia, experimenten miedo, miedo por su estatus social, por su vida incluso, eso trasmite el aroma sutil que nos ofrece el fruto prohibido de una libertad negada.
Desde hace tiempo, digamoslo eufemísticamente, hay sospechas de que algo no funciona en el Estado español. No, no son las oposiciones a ciertos cuerpos, ni la financiación de los partidos, ni las comisiones urbanísticas, ni siquiera esa variante administrativa tan divertida que son las «elecciones» por el sistema de listas de partido. Es una sospecha cada vez más sólida y que ya lo envuelve todo de una atmósfera entre febril y depresivamente hilarante. Macbeth mata al rey Duncan por ambición pero su juicio está pervertido por la incitación de las brujas. A partir de ahí, el ciclo de la muerte y la alucinación se apoderan de él hasta conducirlo al desenlace, ante al que menos Macbeth se comporta como un hombre de honor. Creo que no vamos a asistir a una tragedia tan aleccionadora en España. Matar la libertad política de un pueblo inaugura un ciclo fatal de corrupción del poder que sólo puede acabar trágicamente.
La forma, el proceso, el momento, la causa a través de los cuales un Régimen político se autodestruye sin que nadie se dé cuenta ni lo perciba en la normalidad de su funcionamiento cotidiano, eso es lo que se capta por la imaginación que adelanta el futuro y lo esquematiza como posibilidad. El Régimen de 78 murió en el Parlament de Cataluña el 6 de septiembre de 2017 en el momento mismo en que otra instauración de legalidad fue posible y se ejecutó y nada desde entonces la ha impedido o anulado en su razón de ser profunda.
Es inverosímil que, habiendo experiencias históricas bien estudiadas, se ignore el hecho de que esta España del presente vivo, tan políticamente inculta y desastrada, ha entrado para quedarse en el Síndrome Weimariano, agravado ante la ausencia de poder presidencial de excepción. Ya no es posible la Gobernación del Estado, ya no es posible la Legislación, el Régimen se ha instalado definitivamente en la Inestabilidad de la pura Des-Gobernación, ahora por primera vez sin tapujos ni encubrimientos de pseudo-mayorías parlamentarias por el sistema proporcional. En un Régimen donde las cúpulas de los Partidos son el Órgano de Gobierno Absoluto, la igualación de las cuotas electorales marca la Catástrofe, tres o cuatro Pilotos con intereses contrapuestos no gobiernan una nave.
Cualquier ejemplo, por trivial que parezca, puede servir para exhibir lo que la corriente ha dejado después de la resaca de la marea provocada por la crisis económica, que ha sido ante todo una crisis devastadora del poder de intervención del Estado sobre una sociedad que ha pasado a depender de él más en su imaginación colectiva que en la realidad.
Los propagandistas del Régimen son tan estúpidos que no se dan cuenta de que si, por poner un ejemplo fácilmente comprensible, sacan a pasear la Estatua Yacente del Difunto Juan Carlos para devolverle la «dignidad» perdida, y con ella la revalidación de un pasado sospechoso, le están transmitiendo a la opinión y a la sociedad que habita el vacío tiempo real el mensaje subliminal de que ya no confían en la fuerza legitimadora del presente fáctico sobre el pasado mitificado y la sociedad de masas vive única y exclusivamente en un presente que apenas si comprende las 24 horas de un día resumido en la media hora de un telediario. Así que aquí hay un serio problema de asincronía: un sistema político necesita un tiempo largo evocador de su consistencia, la sociedad actual consume los signos más vacíos como si contuvieran algún sentido. El Régimen de la insoportable levedad se enfrenta a la misma levedad social que lo ha mantenido.
Ha sido tanta la confianza en una forma incontestada de ejercer el poder en el secreto y el control social en medio de la penuria cultural que el Régimen del 78 ni siquiera se ha preocupado de desplegar una Ideología, a no ser que la propia mentira institucional de la “Democracia” cumpla esa función. Quizás todos los propagandistas de todas las tendencias del Régimen del 78 se agarren con uñas y dientes a su defensa por esta sospechada debilidad. Pero hay una doble Ideología inspiradora que sirve de base difusora de la mentira del relato principal. Por un lado, la Ideología instrumental, el Gobierno por consenso de facciones (véase cómo “se ha aplicado” el artículo 155: un golpe de Estado del Ejecutivo realizado por consenso de partidos). Por otro lado, la Ideología material para las masas formada por el Tecnocratismo como método de neutralización de lo político, la Demagogia Socializante igualitarista estatalizada como discurso “populista” para amansamiento de la sociedad civil y el Europeísmo de la Modernidad como caución homologante de método y discurso y, sobre todo, como puro opiáceo de clase acomodada para la puesta a punto de los «Bussines Plan» de la Oligarquía patrimonial hereditaria.
Don Quijote tuvo que vender sus pocas fanegas de tierra de cultivo para comprar sus libros de caballerías y eso no hacía más real el contenido de esas historias. En España ocurre algo parecido con el sistema político: es oneroso porque es una mentira cada día más inverosímil y grosera. Cuesta demasiado dinero porque todo él es una carga insufrible que hay que disimular al precio que sea. De ahí la irrealidad de todo: opiniones, personas, actos e instituciones. Son irreales en los principios inspiradores, son reales en la depredación de que se nutren.
La certeza ante tanta sordidez de una dominación carente de principios, que ya amenaza abiertamente con mutilar el ser nacional en su dimensión de continuidad histórica e integridad territorial, está en el hecho constatable de que no quedará nada para el recuerdo. Quizás algún dato para unos libros de historia que ya caducan con el obituario anticipado que es cada artículo de prensa en que, creyendo hablar del presente, su autor evoca la miseria de un pasado sin gloria. El nacionalismo catalán será un buen pretexto para endosarle la “Crisis de Régimen” y el “Fracaso de la Democracia”.
La figura política actual del Nacionalismo catalán representa el punto ciego de la Dominación de Clase que se da en España y en ninguna otra parte y que se traduce en un sistema político, una forma institucional y una legalidad anormales, que ahora ya por fin percibimos, tales como son en su naturaleza desnuda, tras los hechos que ha promovido la voluntad estatal de secesión del territorio catalán apoyada y vehiculada por todas las fuerzas vivas del Régimen del 78, Monarquía incluida.
Por supuesto, nada que ver con los factores reales. Los Tussell, los Santos Juliá y demás historiadores e intelectuales mediáticos del Régimen ya sobrevuelan su carroña. Pero nosotros que lo hemos vivido debemos retenerlo: no, no es el nacionalismo catalán el factor desestabilizador ni lo ha sido nunca.
No piensen con énfasis en economías, partidos, intereses, oligarquías, nacionalismos, deudas, pensiones, autonomías y demás vanas apariencias del mundano discurrir estéril de los hombres huecos. El hombre de verdad se entrega entre temblores de esperanza al apego de la carne caliente que le ofrece un pequeño rincón donde bien morir, su patria, y este Régimen ya no es garantía de eso, no es dueño de asignar a los pacientes el lugar donde orinar en esta clínica para depauperados y enloquecidos que es España.
En efecto, la más elaborada conciencia de la realidad actual española en toda la complejidad de su ser y su devenir se halla por fin planteada al desnudo, y ahora captamos esa verdad histórica tras largo periodo de latencia, incubación y compromiso impostado: el conflicto a muerte entre los españoles que quieren ser una comunidad política y de vida unida y sus enemigos, todas las instancias, instituciones, personas, partidos y grupos que obtienen beneficios materiales inmediatos y privilegiados de la negación estatal de la permanencia, continuidad e identidad de lo español. Es el destino que nos reservan: la lengua de los sonetos de Garcilaso puesta al nivel de los silbidos vaquerizos de los gañanes con cargo oficial en el Estado de la Monarquía de Partidos.
Españoles, haced un esfuerzo más en la pérdida de memoria, ya casi sois demócratas sin saberlo.