Demasiado has amado a los grandes temporalistas, ellos también amigos del círculo y el anillo, porque los perdidos en su propio laberinto quizás necesitan de una luz y una oscuridad más intensas: lo acogedor puede ser a menudo lo aterrador, cuando los límites de un mundo inhabitable nos apresan en el ejercicio del yo. Comprendes el éxtasis del que mira al cielo y se cree dueño de un saber mejor, no ignoras tampoco la beatitud del que renuncia cuando todos los poderes son fruto de un pacto asesino y las canciones de cuna fomentan las adormideras. Pero tú, inclinado sobre tu propio esfuerzo de un vivir obstinado, no abarcas más que el pasar inquieto de lo transitorio a lo mudable, no te confías y no te entregas a lo eterno, pues todo hombre “sin poder vivir del momento, al momento se debe”. Te has preguntado de dónde proceden las señales de algo diferente del momento y no has encontrado señales ni respuesta, pues también las palabras hacen muecas no siempre honestas de un dolor sólo temporal: nunca escuchamos en el tono de su apelación las voces auténticas de los desolladeros del mundo o de los aullideros interiores, tanto más fatales que aquéllos. Si hay una gloria de lo eterno, está sellada bajo los sellos del secreto, como se escapa el amor en la respiración acompañada de los amantes en el beso. Santisteban-Infantes, 11-15 de octubre de 2009